Un día, la tutora de mi hijo me dijo:
“A Michael no le interesa aprender. No sabe escribir su nombre, se queda atrás,
no le gusta nada de nada, no trabaja.” Me quedé impactada. Si a Michael le
interesaba algo, era precisamente aprender. A mí me hacía quinientas preguntas
al día, todas interesantes. Movida por el shock, empecé a colgar en Facebook
esas preguntas y reflexiones con las que me bombardeaban mis hijos y comprobé lo que yo sabía, que estaban
interesados en aprenderlo todo. Las
reacciones de la gente de las redes eran alucinantes, padres que se sentían identificados, que me escribían por
privado, que me decían que estaban fascinados, divertidos o que con su hijo pasaba lo mismo. Las redes me confirmaron lo que yo sabía, que mis hijos son como yo digo y no como quiere la sociedad que sean. Los saqué del colegio y los llevé a otro. Los niños
siguieron siendo geniales conmigo, en privado, y yo seguí poniendo aquí sus
comentarios por dos motivos: porque ellos no tienen voz y porque sólo me muestran
sus “superpoderes” a mi. Igual que mis hijos no tienen voz, no la tienen
millones de niños. Niños que el sistema llama de Altas Capacidades y que a mi
me parece un nombre atroz -como todos los nombres burocráticos- porque además engloba a todos los niños de más de 130 CI como si todos fueran iguales, cuando precisamente la principal característica de estos chavales es la individualidad. Eso, por no hablar de la gran cantidad de niños de más de 130 CI que se quedan fuera porque aborrecen los tests, como me pasó a mi de pequeña. Además, hay un grupo de Altas Capacidades al que yo llamaría de otra manera. Yo los llamaría niños de GRANDES OBSESIONES.
Imaginemos a un Rafa Nadal-bebé, un
chavalín de diez meses, que ya camina, que tiene una coordinación estupenda, que
va con pañal, que ve un día un partido de tenis en la tele y coge una raqueta
imaginaria y una pelota imaginaria, y se pone a darle, y a darle y a darle y a
darle. Su padre cae en lo que está haciendo el niño y dice: “cariño, para ya
con la raqueta imaginaria, coño, que yo te compro una raqueta y una pelota y te
pongo delante de una pared”. Y el niño se pone contra la pared y zas, y zas y lo
apuntan a tenis y el niño es feliz porque es un obsesionado y solo quiere darle
y darle y darle y disfruta con eso. Esos son los chicos de Grandes Obsesiones
que salen fuera, que son visibles. O imaginemos que el chavalín que es hijo de
dos músicos y que cuando ve a su madre practicar, coge un violin de juguete y
se pone a imitarla, y dale, y dale, y dale, y su madre lo lleva a violín y el
niño practica y practica y todos dicen: superdotado. Es un milagro que tan
pequeño toque así el violín. Luego, están los miles, millones de padres y
madres que tienen un hijo al que solo les interesa una cosa de forma obsesiva.
Su Gran Obsesión es la física o la ingeniería industrial. Una obsesión
apasionada que excluye todo lo demás, absolutamente todo lo que es petardo del
colegio, y la madre o el padre, que conoce a su hijo y que está harta o harto
de oírle hablar de los agujeros negros y de las partículas, va a la tienda
social y dice: quiero apuntarlo a física. Pero la tienda social dice, no
señora, aquí tenemos raquetas y violines y encima le vamos a poner a usted una
cara flipada y maleducada de: "no, no, que no le interese ahora eso, es muy pequeño, ¿física?
Mejor que le interese jugar al tenis”. ¿Imaginado? Pues esa es mi vida.
Ayer se me cruzó el cable. Entendí
que cuando pongo en público los comentarios transgresores que hacen mis hijos,
los expongo de nuevo a esa terrible mirada de aquella profesora de primaria, de
tantas profesoras, unas tras otras, que dicen: "¿Física, ingeniería? No
existen los niños así". Me expongo también, claro, a los comentarios
constantes -que también los hay- de: ¿por qué no los llevas a tal clase de
física? ¿Por qué no los llevas a tal tallercito? ¿Por qué no los llevas a
enriquecimiento? Pues mire usted, no los llevo por mil motivos, siendo el
primero que los he probado todos, igual que he probado todas las cremas para la
psoriasis y todas las curas para el cáncer. No existen las clases de física
para niños que valgan la pena y no sean un sacacuartos y una chorrada y un parche (ahora me mandarán un
montón de links que ya tengo trillados, buscados, probados y descartados). Existen los conservatorios y las escuelas serias de tenis pero no
existen los recursos de ciencias en serio, para niños pequeños de Grandes
Obsesiones porque esos recursos deberían partir de las universidades, de los
centros educativos, del estado. Esto, como madre, me parte el corazón y como
ciudadana, me indigna. Esto, como mujer que sabe lo que es la felicidad, me
abruma. La vida de mis hijos es feliz, pero no es un chiste constante. Lo parecía
hasta hoy aquí en Facebook, en twitter, en las redes, solo porque nunca cuento
lo malo, porque es un foro de echarse unas risas y no ponerse melodramáticos.
Hasta hoy.