miércoles, 13 de julio de 2016

AGRESIÓN

Desde hace unos días, tenemos un debate abierto entre mujeres. Un debate curativo, espero. Estamos compartiendo ataques machistas, sexistas, agresiones que hemos callado por pudor. La intención: el desahogo, pero aprovechando este desahogo, quizá ellos, nuestros amigos, nuestros hombres, nos entiendan mejor. Me vienen a la memoria encuentros machistas, muchos. Tipos que meten mano, tipos que fuerzan la mano, tipos que dan miedo porque se toman confianzas en lugares y momentos equivocados, como el taxista del que hablé en mi página de Facebook. Casi nunca me he enfrentado a ellos. Ante la agresión sexista, he adoptado la estrategia sumisa, llevar la corriente o fingir que es una broma y que no he escuchado bien, la retirada a tiempo. Pero hubo una vez que estuve al borde de la agresión machista. Salía de la compra, con Michael, que tenía tres años. Era julio, cuarenta grados. Me encuentro con que un tipo ha aparcado en doble fila, tapándome la salida. Meto al niño en el coche al sol, meto la compra y entro en el supermercado a dar una voz en busca del conductor. Nada. Salgo junto al niño. Pito. Reviso el coche. Está lleno de clichés: medallitas de San Cristóbal, el carné de mejor padre del mundo, fundas de un equipo de fútbol, un perrito de los que agitan la cabeza. El coche lo ha atrezado Tarantino. Pito. Nada. Saco de nuevo al niño del coche. Seguimos al sol. 40 grados. Entro de nuevo en el supermercado, y ya, cabreadisima, doy un grito bien fuerte. Se vuelven dos, un tipo y una tipa, con su santa pachorra. Les digo que llevo un cuarto de hora al sol. El tipo se me acerca y no se disculpa, directamente, me insulta:
-Pero ¿tú de qué vas gritando así?
-He entrado dos veces, he llamado y he pitado y ya me he cabreado. ¿Por qué aparcas en doble fila? Hay huecos de sobra.
-Hago lo que me sale de la punta de la poya.
-¿Perdona? ¿Es en serio? ¿Dejáis el coche en doble fila, os vais los dos a comprar cocacola y patatas y don Simón y la señora con el niño  pequeño y el carro lleno, que se joda, que yo hago lo que me sale de la punta de la polla?
-¿A que no te quito el coche?
-No, no lo quites -digo sacando el móvil. -Ahora mismo llamo a la policía a ver si con ellos también haces lo que te sale de la punta de la polla.
La calle está llena de terrazas, nos mira todo el mundo. Estamos muy cabreados. El niño, en el coche con cara de susto, no pierde detalle. Yo debería parar, dejarlo correr, pero no lo puedo soportar. Me invade la furia. Llevo toda la vida dejándolo correr y estoy hasta los ovarios de dejarlo correr. El tipo me mira con todo su desprecio y dice:
-A ti lo que te pasa es que te hace falta uno que te sepa follar bien follada. ¿Y sabes que te digo, eh, eh?
Me trago el insulto, que es brutal y me preparo para una nueva andanada humillante. Los mirones no se pierden nuestra bronca al sol, siento su apoyo sin palabras y su expectación. Al fin, en vez de decir algo genial, me suelta:
-Que me la suda.
Y me puede mi lado de coordinadora de guión, y de correctora de diálogos y estallo en un ataque de risa fingido.
-Me la suda. ¡Jajajajajaja! ¿Esto es una buena frase? ¿Esto es lo que decís los tíos de pelo en pecho? ¿Me la suda? ¡Si eso era algo que decíamos de pequeños! ¡Por Dios, y yo esperando la gran frase y dices "me la suda"!
El tipo pierde los papeles. Nada humilla más que la risa y se acerca a mí. Veo sus intenciones y le digo:
-Vamos, pégame. Pégame porque tengo veinte testigos -le señalo a la gente de las terrazas- y estoy deseando que me pegues y que llamen a la policía al ver como agredes a una mujer delante de su hijo.
Sólo entonces, la chica que iba con él le agarró y lo metió en el coche. Se marcharon quemando rueda (que no falte un solo cliché). La gente que estaba en una mesa cercana me aplaudió. Yo me sentí una mierda. Aquello había sido suicida. Probablemente incluso le provoqué más de lo que nunca he provocado a uno de estos animales ibéricos con los que me he encontrado a lo largo de la vida. Le provoqué porque estaba cansada. Porque había 40 grados y porque mi marido se estaba muriendo.
Cuando arranqué, mi hijo de tres años, asustado pero valiente, me dijo:
-Mami, ¿por qué le dijiste a ese señor te pegara?

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