jueves, 19 de noviembre de 2015

¡HABLAD, HIJOS, HABLAD!

Advertencia: Este no es un post contra la religión. Que el lector lo lea y no se pase de listo creyendo que digo lo que no digo, que te conozco, lector.

A mis hijos les encanta la física. Disfrutan haciendo experimentos y estudiando sobre todo aquello que tenga que ver con la fuerza de la gravedad, la química, las reacciones entre elementos, la electricidad, el magnetismo y los planetas. De las películas, les fascinan las armas y su funcionamiento y sobre todo, los explosivos. Entre las profesiones que el de 8 años baraja para su futuro están las de ingeniero, físico, boina verde y jefe de efectos especiales para el cine. Tiene muy clara la línea entre la ficción y la realidad y es un apasionado de todo. El otro día vimos una película muy violenta, no recuerdo cual, y le dije: “pero no hables de armamento en el cole, por favor, que ya sabes lo que pasa después”.  “Vale, mamá”, me dijo. ¿Por qué hice esto? Porque el buenismo es también una religión y ya hemos tenido algún un incidente. Voy a explicar el contexto, porque se entiende mejor sabiendo de dónde vengo.
Como a todos los niños del mundo, la sociedad me enseñó a ocultar la verdad, a no abrir el corazón, al pudor. La sociedad es lo que es y no puedo acusarla de no ser otra cosa, pero la realidad es que desde pequeña tuve que adaptar mi instinto de justicia y de verdad al contexto social. El contexto de mi España infantil era católico, post franquista, ñoño, ejemplarizante, negro. El de mi casa, era multicolor, divertido, sin misas ni avemarías, ni rosarios ni padrenuestros. Todo lo contrario. Cada mañana, cuando iba al colegio, yo no iba al colegio, iba al extranjero. A menudo cuento con mucha guasa (que es como yo cuento las cosas casi siempre menos hoy), que a los 8 años creyéndome adaptada, creyendo tener amigas íntimas, no pude más, no aguantaba con mi verdad interior, con mi extranjerismo, y le conté un secreto a la amiga del alma. Le dije que si le había sorprendido saber que Papá Noel no existía, le iba a sorprender muchísimo más saber que yo no creía en Dios. Cometí el mayor error de mi vida. Fue un antes y un después en mi vida escolar. Un antes y un después en mi vida. Deseé no haberlo dicho durante años, durante décadas. Aunque era un colegio público y bastante laico, allí se rezaba el Padre Nuestro (que yo murmuraba como buenamente podía porque como buena ciudadana de un país laico, mi casa, me lo sabía fatal). Había crucifijos en todas las clases y claro, nos santiguábamos. Así que cuando dije lo de Dios, cuando abrí mi alma cándida, no lo hice con total candor. Hubo un conocimiento de mi irreverencia, un no poder más con todo aquello, hubo un cierto orgullo por la verdad, un deseo de expresar lo que pensaba, lo que estaba reprimido, un deseo de explicar esa patria mía: que en mi casa creemos que Dios no existe o por lo menos, que mi familia no va a misa, no hace abluciones, cree en la pluralidad y en que otra gente tenga un Dios si le da la real gana y que nosotros creemos sobre todo también en otras cosas más extrañas, como la ilustración, la inclusión, la curiosidad. Quería vivir en la verdad. La otra niña quedó horrorizada por mi secreto. Como era de esperar, no se lo guardó dentro y a la primera oportunidad que tuvo, soltó la bomba: “Lea irá al infierno” Entiendo ahora que mi candor estuvo en no saber que la religión es un contexto, un aglutinante, una excusa para unir en la violencia. Durante días, me alejé de las otras niñas para evitar su acoso, pero encontraron como pasatiempo cogerme a traición y echarme arena por dentro de la ropa. Cualquier otra niña del patio tenía prohibido hablar conmigo, se me excluyó de los juegos, se multiplicaron las agresiones y el acoso. Fui escupida, empujada, odiada. Fui intensamente odiada. Yo era una niña más o menos feliz con mi patria secreta, dije que no creía en Dios y la felicidad terminó. Terminó la inocencia. Como la cosa fue muy seria, Doña Covadonga, que con el tiempo llegó a ser la directora del colegio y que me quería con locura a pesar de ser católica apostólica y romana, me protegió. Ella le explicó a mi madre lo que había pasado, me acogió bajo su ala y también le dijo: “Que no hable de Dios, que no diga nada de Dios porque las otras niñas la van a machacar.” Y esa fue la consigna, “no digas que no eres creyente”. Ya, ya sé que empecé hablando de mis hijos y de las armas y el pacifismo. Vuelvo a eso, que es el quid de la cuestión. Mi contexto tabú era la religión, el contexto tabú de nuestros hijos es el buenismo. El otro día, al ir a recoger a los niños del colegio, vi que tres chavales rodeaban a Michael en el césped del colegio. Le estaban insultando con una rabia y una seguridad apabullantes. ¡¿Pero qué has hecho, gilipollas?! ¡Estás loco, eres un hijoputa! ¡Eres idiota! ¡No, no soy idiota! Michael se encaró con ellos porque tiene el vulcanismo interior de sus padres y aquello estaba a punto de acabar en puñetazos. Hablo de niños de  8 años. No me gusta intervenir en las cosas de los hijos, pero aquello no tenía buen aspecto y me acerqué. Michael se defendía y ellos le gritaban.
-Chicos, ¿qué pasa? –les dije.
Uno de los niños, con cara de fanático, me dijo:
-¡Ha pisado una seta!
Efectivamente, en el suelo había uno de esos champiñones espontáneos que salen a veces en el césped. Michael lo había pisado.
-¿Estáis a punto de pegaros por una seta? -les dije.
-¡Lo que ha hecho está fatal! ¡Es destruir la naturaleza! ¡La seta es un ser vivo que tiene derecho a crecer y él la ha asesinado! 
Yo escuché lo que dijo este niño tan cabreado y sin embargo escuché: “¡Dios te matará esta noche mientras duermes por negar que existe y los demonios te llevarán al infierno!”

Puse paz, los calmé y les expliqué que el césped que se corta cada semana, que recibe herbicidas contra las malas hierbas y que está sembrado por el hombre… no es la naturaleza y que esa seta, si no la aplasta Michael la habría aplastado el jardinero… Pero claro… esa discusión no era sobre la naturaleza. Yo lo sé. Nunca fue sobre esa seta igual que cuando las niñas se ensañaron conmigo con la excusa de Dios y los infiernos no se ensañaban conmigo por no creer en Dios. La discusión no es sobre Dios ni sobre el buenismo, los hooligans no se matan por el fútbol. Esa discusión es la del grupo salvaje siendo salvaje bajo el paraguas que esté de moda. El grupo hace piña contra la diferencia usando la voz común: “paz, amor, el Atleti, protección a los animales, Alá, el buenismo o el malismo” para llevar a cabo su agresión. El contexto es excusa. Y el contexto predominante, el buenismo, me hizo decirle a mi hijo mayor: 
-cariño, no hables de armamento en el colegio, porque mira la que se lía por pisar una seta. Después recapacité:
-¿Sabes qué? … Habla de lo que te dé la gana siempre y cuando no sea para hacer daño a los demás. Hablad, hijos, hablad. Que nada os coma por dentro.

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