martes, 1 de diciembre de 2015

La Odisea según Penélope

No leí la auténtica Odisea hasta los 20 años y ahora la tengo muy borrada. Sí recuerdo fenomenal la versión infantil que estuvo muchos años en la librería del comedor. Tenía  ilustraciones del héroe melenudo, navegando en la locura, atado al mástil del barco, hombres a su alrededor zambulléndose en las olas. Recuerdo las sirenas, Circe, you name it. Como todo el mundo, yo sólo quería que el pobre Odiseo (más conocido como Ulises) llegara a Itaca tras su road movie marítima porque allí lo esperaba su mujer y me agobiaba por ella, me daba mucha pena esa espera. Soy chica. Es lo que hay. Yo quería ser Penélope. Qué divina, con ese nombre de estrella de cine que suena a redoble de tambor. Pé-Né-Ló-Pé. Yo la busco en todas las películas que me gustan, en las novelas que escribo. Penélope es la protagonista de Memorias de África, es mi Cirujana de Palma. Pienso en su sufrimiento hoy. Me miro al espejo. Analizo ese amor del que seguro que dudaba, dudaba, dudaba en sus momentos de mayor locura... pero poco sabemos de su alma, la de Penélope. Los hombres tienen cuerpo y las mujeres tenemos alma. Esa es la división odiséica. ¿Y qué hacía ella todo ese tiempo? ¿Se movía como alma en pena? ¿Se inventó un cuerpo? ¿Qué guerras llevaba por dentro? ¿Qué hacía mientras esperaba? ¿Qué pensaba? ¿Qué deshojaba en el pecho? Yo lo sé. Tras la muerte, lo sé todo. Y todo lo que no sé, lo supongo. Quizá esta sea mi próxima novela: La Odisea según Penélope. Su esperanza mutante. Unos días arriba, otros abajo, otros días sin pena ni gloria. Relataré en un diario su temblor interior en la rutina exigente del reino de Itaca, una isla idílica por fuera y siniestra por dentro con esa corte llena de enemigos ingeniosos, de adorables lisiados que no pudieron ir a la guerra de Troya, de jóvenes hijos de los que no volvieron y tantas esperanzas truncadas. Hablaré mucho de los amigos verdaderos (que digo yo que los tendría) del cuidado de su hijo y las preocupaciones porque crezca sin héroe al que parecerse, las luchas palaciegas, el dolor tenue pero seguido, la costumbre a vivir sin amor, el rebelarse a la costumbre, la soledad, el deseo de recuperar ciertos sentimientos, la incapacidad para olvidarse de ciertos otros, el hijo que crece y sale a amar a otras mujeres y la abandona, la vida sin espejos, la necesidad de cerrar cicatrices, de abrir ventanas, la falta de caricias y sobre todo, la importancia vital de los abrazos. Penélope, lo que más echa de menos, son abrazos. A veces se le olvida, pero cualquiera puede verlo cuando coge a un niño recién nacido, se despide de una amiga o de una sierva de la corte. Yo escribiría con un cierto conocimiento de causa sobre su duda constante, ¿volverá el amor, jamás volverá? Qué lucha vital... y sin embargo está segura. Tiene que estarlo. Las otras opciones no son buenas. ¿Cómo no va a volver el amor a una vida tan buena como la suya?
Unas veces ve a Odiseo en sueños, muerto, otras vivo, sano, curado de sus heridas, lo imagina arribando a puerto, ¡qué tío, ha vuelto!... pero no, no ha vuelto, de nuevo ha muerto y así. Imagina futuros y los destroza. Penélope escribe una historia en la mente por la noche y la borra por la mañana. Unas veces piensa en como será su funeral, el de Odiseo, no hay esperanza, llora rota por la dualidad, ¿Son bifurcaciones fantasma, ve doble el camino? y de repente llegan a su ventana cosas como palomas dicharacheras, que canturrean mirándola a los ojos y aunque no le caen muy simpáticas las puñeteras, le parecen señal de los dioses. Penélope se convence durante un tiempo de que el milagro es posible. Es una mujer a saltos, del agua a la roca, del agua al madero. Penélope tiene tiempo, tanto tiempo entre las manos... También tiene años, demasiados. Tantos años sin noticias. Pobre Penélope, desarrollando su ingenio como asidero... ¿Para quién? Para resucitar a los muertos. Para revivir la risa de un tiempo. Penélope es divertida, es ladina, es bromista... porque también hay que serlo para detener las incursiones bélicas de los pretendientes, aunque en el fondo no quiere detenerlos.  Siente atracción morbosa por ellos ¿como no sentirla? ¿Acaso es justo lo que le ha hecho el héroe? Sabemos que no lo es. La ha dejado por otras. Odiseo está de parranda mientras ella mantiene la estructura del hogar en pie. Paradigma de mujer. Penélope es una manera de decir "casa". La atracción es la cuerda que fabrica la soledad. Una cuerda imaginada, un espejismo, pero ahí está, porque no hay mujer que no sienta atracciones o necesite alianzas cuando reina en la isla. Demasiado ingenio en Ítaca. ¿Para qué tanto? ¿Para quién? Para nada. Porque Odiseo se reiría de sus chistes si estuviera delante. ¿Para qué? Para nada. ¿Para que se borre como las huellas en la playa? Así que escribe el ingenio para que quede. Algún día los escritos vendrán bien... y llora y sale con un pretendiente que se puso muy pesado, pero a ese no puede contarle el tapiz que lleva dentro, lo del diario que escribe por las noches como la reina Victoria. Ese pretendiente sólo ve los escritos de los días y la risa y la sonrisa. (Y Odiseo, mientras tanto, en su odisea). El pretendiente la mira a los ojos y habla parlanchín y ella le cuenta cosas banales, divertidas, sin abrir las ventanas de su cuerpo. No puede mencionarle a nadie su dolor y su tristeza, que es de lo que está medio hecha y se siente falsa con el pretendiente aunque le gusta o aunque no le guste, y piensa... A la mierda esto, Odiseo está vivo, mejor me espero. Buscaré una labor, algo que me quite el come-come y esperaré. Su promesa pesa. La importancia que tiene para Penélope una promesa pesa el peso del mundo en sus hombros. Eso tendría mucha importancia en mi novela. No hay mujer más férrea en esto de las promesas que Penélope. Habla con sus amigas de cosas complejas, ideas como el amor, y se pregunta si está hecho de realidad. No, no lo está pero es real, es una ficción delicada y amarrada, muy amarrada a la vida por la lealtad. ¿Qué es la lealtad? ¿Por qué tenemos ese instinto que hemos convertido en uno de los pilares de la moral? Sin lealtad es posible que no existiera el amor y que se derrumbara la sociedad. ¿Hay lealtad a su alrededor? Muy poca. Eso asfixia. El amor es un tapiz de lealtad, cariño, pasión, orgullo, admiración, dulzura, valor. Esa labor de Penélope es un ingenio para no casarse con nadie, pero ¿es un ingenio? Su tejer y destejer simboliza, para mí, la duda. ¿Me caso? ¿No me caso? ¿Espero y muero en vida o no espero y me arrepiento? Y al mismo tiempo, ¿sabes lo que teje Penélope? Un sudario. El sudario para el rey Laertes (que por cierto, está vivo, ya es mala leche). Un tapiz que retrata el amor y que al mismo tiempo simboliza la muerte sólo puede ser símbolo de la vida. LA VIDA ¿No te parece que el tapiz de Penélope es su propia conciencia? A mi me lo parece. Penélope es una diosa en la tierra. En su isla. Sin arcanos, arquetipos, la esencia de la humanidad. Por eso me fascina la épica, porque no es ficción, es simbolismo del alma del hombre. Sus arquetipos, los arcanos, que son símbolos de emociones e instintos. Esas son las cosas que escribo. Por eso invento, corrijo la realidad, la concentro empleando el lenguaje poético, pero nunca, nunca, nunca escribo ficciones. La Penélope de mi ficción no tejerá un tapiz, escribirá sus emociones a lápiz.

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