lunes, 21 de diciembre de 2015

DOS MÁS DOS CASI SON CUATRO


La democracia es imperfecta y según el sistema electoral español no es pura matemática. La democracia en nuestro país es algo así como que dos más dos, casi son cuatro.
Sería genial que la ancestral democracia pudiera ser pura matemática. Que fuese indiscutiblemente perfecta como las hojas de una acacia que se alinean en series de Fibonacci para que el árbol capte mejor la luz del sol. Sería maravilloso que la democracia y sus sumas y sus porcentajes fueran perfecta y fibonacciana matemática y que simplificar los sentimientos de odio, pena, frustración, opresión, alegría, esperanza, miseria, riqueza, bondad o maldad fuera cosa tan simple como sumarlos y obtener un resultado perfecto: el representante matemáticamente perfecto, pero no es así... ¿O sí es así? Yo creo que casi, casi.
La democracia tiene algunas fisuras, las fisuras en las que interviene la subjetividad. Esta subjetividad, que se traduce en cosas como la ley D' Hondt y que hace que un voto soriano valga más que uno madrileño, por ejemplo. También es inevitable que nuestra democracia favorezca la representación parlamentaria de los votos nacionalistas. Lo es. Inevitable. Esto no es malo ni bueno. Es lo mejor posible o un mal necesario o directamente, lo menos malo. La cosa es que la democracia es lo suficientemente buena matemática, buena aritmética, como para que funcione y yo creo firmemente en la verdad matemática. Es probable que no haya otra verdad. Creo que el universo es pura matemática y que gracias a las matemáticas, la democracia es fabulosa y se nos ha olvidado por sabida, conocida, heredada y trillada. Se nos ha olvidado porque todos los nacidos en democracia no saben que podía haber otra cosa o no se les ocurre entender que hay, a menudo, otra cosa (un poco como cuando mis hijos alucinan porque en el pasado los niños viajáramos en coche sin cinturón de seguridad ni sillita elevadora). No, a mi no se me ha olvidado el pasado. Yo no nací en democracia. Yo crecí con las historias y las cicatrices de mis padres y el miedo y la ilusión de la transición y las dictaduras chilenas, argentinas y sus desaparecidos y el golpe de Tejero. Tampoco se me ha olvidado cómo viajábamos los niños en el asiento de atrás, ni se me ha olvidado que un día íbamos por la calle Alcalá, mi hermano y yo en el coche, en aquella época en la que no había cinturones y los niños nos apretujábamos para compartir el hueco entre los asientos delanteros para poder ver lo que estaba pasando. Mi madre conducía. No recuerdo a dónde nos llevaba. La cosa es que estaba todo cortado y había policía por todas partes y mi madre bajó la ventanilla y le preguntó a un agente: "¿qué ha pasado?" Él le contestó: "unos pistoleros han entrado a tiros en un bufete de la calle Atocha. Han matado a varios abogados de izquierdas. Tiene que dar la vuelta, señora." Ahí mismo, en ese instante, mi madre se echó a llorar. Se le desbordaron sus ojos azules y enormes y se echó a llorar. "¿Qué te pasa mamá?", le dijimos, "¿Qué te pasa?" Mi madre respondió: "esto es terrible, es terrible. Esto es el fin de la democracia."

Por suerte, mi madre se equivocó y no lo fue. Fue el principio. Todos los partidos y sus seguidores reaccionaron con una templanza impresionante y se llegó a la legalización del partido comunista y se celebraron unas elecciones, las de 1977. Ayer, mi madre, que también tiene muy buena memoria, escuchó decir a unos cuantos líderes políticos: "hoy ha cambiado España porque por primera vez se reparten los votos entre cuatro partidos." Mi madre reaccionó muy molesta : "No es verdad. ¡No es verdad! España cambió en 1977 y no se repartieron los votos entre cuatro partidos, se repartieron entre cinco partidos. A mí no se me ha olvidado", dice mi madre. Y yo le respondo: "El problema es que a estos no se les ha olvidado, es que no lo saben. No lo saben." Sólo el líder de Izquierda Unida hizo referencia a esa pluralidad del 78 que por criticada en los últimos años parece ahora falsa, inventada o radiactiva. Pues no fue falsa entonces y ni mucho menos fue mala. Fue pura democracia. Nunca hemos tenido una representación tan plural como la de 1978 o como lo será ahora. Lo que ha pasado ayer es algo fácil de entender. Real. Bello por su simpleza.
Los diputados resultantes de las elecciones de ayer no han sido elegidos a cara o cruz. Ayer votaron casi veinticinco millones y medio de españoles. 25 millones y medio. 25 MILLONES. Eso es la pluralidad. La pluralidad matemática en la que por un día cada hombre y cada mujer vale lo mismo (exceptuando, quizá, a los sorianos). Todos valemos lo mismo, exactamente lo mismo, por un día. VEINTICINCO MILLONES Y MEDIO de opiniones buenas y malas y regulares y sabias e ignorantes, de mudos y sordos, de frágiles y enfermos, de fuertes y cabrones, de jóvenes y ancianos, de amnésicos y memoriones, de mafiosos y esforzados... Por un día, un sólo día, todas las opiniones valen lo mismo y en la suma de cuatro no existe un dos bueno y un dos malo, un dos cabrón y un dos majete. En la suma no entra la moralidad o la subjetividad porque todos valemos lo mismo en sociedad. Hay quien esto no lo puede concebir, pero es necesario recordarlo y afirmarlo. El hombre más sabio vale lo mismo que el más ignorante porque lo que importa es que es, que está vivo, que nació, que es la hoja fibonacciana de la rama de este árbol que llamamos sociedad.
Ayer, más de 25 millones de personas sumaron sus emociones y los mismos que gritaban felices "es la fiesta de la democracia" hoy ya empiezan a juzgar a los demás con el sesgo de su propia ideología. Ya están muchos diciendo que los que votaron a estos son majaderos, que los que votaron a aquellos son radicales, que los que no votaron son idiotas, que ganan los cabrones y pierden los buenos, que ganan los buenos y pierden los hijos de tal o de cual. Da igual, pueden decir lo que quieran. Lo único que queda es que el resultado de estas elecciones, o de cualquier votación, no puede verse desde la moral o la subjetividad, desde la desilusión o la alegría. Sólo puede observarse desde la fascinación por un sistema que por un día, sólo por un día, permite a todos los españoles ser pura, bella, libre, discreta, pacífica aritmética, hoja de acacia representada en el parlamento. El mismo parlamento que todos unidos, libres y pacíficos hemos deseado tener.



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