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viernes, 5 de junio de 2015

EL TEST



Ocurre que esta mañana me acecha la jovencísima psicóloga del colegio en un pasillo. Me dice que a los niños de tercero de infantil (5-6 años) les han hecho pruebas de capacidades y que Richard ha puntuado muy, muy bajo. Que si podemos hablar. ¡Claro! Dice esta madre preocupada y abnegada. Abre una puerta y Kafka entra con nosotras en la habitación. Mi autor favorito se queda observándome irónico, socarrrón, desde un rincón mientras me siento en una sillita metalica de colegio que me hace sentirme muy, muy mayor.


Como ya he anunciado, lo primero que me explica esta muchacha es que el de 6, (el pequeño de mis dos hijos, el que me pregunta por las partes del corazón, por los huesos del tímpano, por la dermis y la epidermis y por la flauta Mágica de Mozart, ese) ha puntuado bajísimo en un test lleno de conceptos la mar de simples que debería conocer. No es que lo haya hecho mal es que ha puntuado como si no supiera nada de nada. Yo asiento seria, cada vez más preocupada. Llueve sobre mojado. Mis hijos son verdaderamente peculiares y tenemos muchos extraños incidentes con pedagogas y psicólogas y líos de adaptación y como yo esto lo viví en carne propia ya en mi infancia, me echo a temblar pero en silencio, la dejo hablar. Sigo escuchando. Me explica la buena psicóloga con agónica lentitud que al parecer, Richard ha puntuado tan, tan, tan bajo que está 45 puntos por debajo de la media y eso que, según ella, el niño entendió genial todo lo que debía hacer en el test y lo realizó muy motivado. Kafka comienza ya a hacerme muecas desde el rincón, como hacía mi marido cuando yo hablaba por teléfono con alguna burocracia en lugar de coger el teléfono y hablar él. Yo ignoro a mi invisible marido -¡Cállate Kafka! Él se calla y yo no digo ni pío. Eso me propongo. Escuchar y  ni pío y yo la escucho. Me saca el test y la escucho. (Por prudencia, no le digo a la psicóloga que yo veo a Kafka ahí metido con nosotras en ese cuartito, porque sé que no comprenderá la metáfora y que tomará la parte por el todo y la imaginación por chifladura. No, no le hablo de mi peculiar sistema educativo, ni de la risa, ni de los escarabajos, ni de los tímpanos, ni de la dermis y la epidermis. No. Ya he pasado por reuniones como esta muchas veces y por amarga experiencia sé que las risas llegarán al final y llegarán de parte de algún concepto escolar inimaginable, inimaginable, y darán lugar a un post como este. Bare with me que ya veréis que es guay. No adelanto acontecimientos.) Estamos con el test. La psicóloga me repasa cada ejercicio del test. Yo lanzo la mirada sobre aquello. Ella dice que son dibujos. Yo veo una serie de imágenes impresas en un papel, sí, de elementos esquemáticos, pictogramas muy básicos, del estilo del caballero pegado en la puerta del retrete. Es un test a base de pictogramas tan básicos todos, tan esquemáticos, que no los entiendo. No entiendo lo que veo. Ella debe explicármelo. Dice que son palabras pero no, no son palabras: son dibujos feos. Ella insiste en llamarlos palabras. Yo no les daría la categoría de "ilustración"· y menos la de "palabra" y empiezo a sentir el problema de siempre. We are lost in translation. El problema de la semántica. Soy extranjera en mi propia patria y ella le llama "palabras" a esos pictogramas feos y yo debo estar de acuerdo aunque solo veo jarras que no parecen jarras, leones que no parecen leones y tal y tal. Sigo desconcertada, ella me va diciendo las preguntas en las que falló el niño, trato de analizar rauda esas cosas que no parecen cosas y que para ella son palabras -pero que no son palabas- y que no son tampoco dibujos (lo que entendería un dibujante por "dibujos") pero que llamaremos dibujos para abreviar. Me pregunto si soy idiota, rechazo la idea por absurda, Kafka se ríe. Seguimos.

Una de las preguntas tiene cinco posibles palabras respuesta. Solo una de estas palabras -que son dibujos porque ahí no hay palabras- es la respuesta correcta. La respuesta correcta hay que tacharla con una cruz (¿así de idiota?, ¿Tacharlo?, sí así). De los cinco pictogramas que ella llama palabras, sólo recuerdo tres porque para mí esos dibujos no tienen el menor significado. Sí recuerdo una suerte de futbolista con el balón en el pie y un padre amoroso con dos niños pequeños que se abrazan a él. La pregunta es: señala la imagen que representa la palabra "grupo"... Me quedo mirando cada dibujo y pienso "Xavi Alonso" "El padre que querríamos tener, el padre que perdimos..." ¿Grupo? No, yo no veo la palabra "grupo" por ninguna parte, ¿aquí está la palabra grupo? No me extraña que el niño no supiera responder esto... Grupo, grupo... Y entonces, claro, caigo en que el padre amoroso con dos hijos, que en mí evoca tantas emociones, no es "padre amoroso con sus hijos", es "grupo". Me acuerdo de la psicología de la poética de Carlos Bousoño y de como los lectores creamos fantasmagorías con la mente que hemos de destruir constantemente y recuerdo la fabulosa importancia que estas fantasmagorías tienen en el lenguaje simbólico. Sí, eso pensé, lo juro. En Bousoño. En la estilística y en las metáforas y en la poética. En Aleixandre: "la muchacha pasaba no rauda, sino deleitable" En una vida entera de bromas, metáforas, dobles sentidos. Desde su rincón, Kafka echa a rodar los ojos, dándome por imposible. Hasta yo echo a rodar mis propios ojos dándome por imposible mientras ella sigue pasando paginas del test y me digo: "No es mundo este para viejos ni para poetas". Miro a la psicóloga. No ha dejado de hablar. No creo que sacarle el tema de la poética o de la estilística sea buena cosa. Kafka me manda callar. Me trago a Bousoño, me trago al padre amoroso con los dos niños del dibujo que es un pictograma feo que supuestamente representa una palabra para estos pobres desgraciados niños de seis años que aún no saben leer y que han de ser testados con una mierda de test. La palabra "grupo" aletea como un puto cuervo loco. La palabra "grupo" destruye un perfecto y delicioso deseo de padre amoroso con dos hijos. No quiero grupos, quiero padres amorosos. Quiero llorar. Kafka me coge de la mano. La aprieta con fuerza. Sonrío. La palabra grupo al fin destruye eso que mis hijos y yo querríamos tener. Eso que hemos perdido y que desearíamos por unos días. Un padre para mis hijos que se encargue de hacer callar a las psicólogas obscenamente jóvenes que todo lo saben. El niño de seis años sin padre, ha dejado la pregunta en blanco y la psicóloga se admira de ello. "No supo encontrar grupo" ergo no conoce la palabra "grupo." Kafka le grita: ¡Sofisma! Yo le lanzo el zapato. Kafka se sienta y se calla.

La abnegada psicóloga y yo, que cada vez me creo más loca, seguimos repasando cada pregunta del fucking test y el proceso se va repitiendo con las demás preguntas. El niño, verdaderamente, no ha dado ni una. La ultima parte del test es de psicomotricidad. Ahí, yo sé que mi hijo es un puto genio. Un genio loco. Un esquirol del muermo. Sabe escribir en los dos idiomas divinamente y se le dan genial los puzles de lego. Pero no. También ha fracasado con el lápiz. Ella me explica que Richard tiene problemas de psicomotricidad (control del trazo) porque lo que a mí me parecen círculos normales y corrientes hechos por un niño de 6 años, no lo son según el baremo que se aplica en el test. Parece que no todos los círculos están completamente cerrados. Hay alguna que otra argolla abierta. Algún redondel abollado. Me pongo ya un poco cerril pero no tengo razón, no la tengo. Soy cerril y eso es malo. Hay que saber cerrar el redil y no ser cerril, o se nos escapan las ovejas y ya sabemos qué es lo que pasa con las ovejas cuando se escapan: que se tiran por los barrancos las muy gilipollas. Los trazos de mi hijo no son circunferencias perfectas y eso no es buena cosa. Es mala, mala cosa. Este niño no vale para pastor de ovejas -susurra KafkaYo asiento, agobiada. No, no vale. El tío dibuja circunferencias abiertas. Esto es grave. Le pregunto a esta muchacha (que es veinte o veinticinco años más joven que yo y debe saber muchísimo) si el niño comprendía que le iban a descontar puntos si no cerraba completamente los círculos. Quiero saber si estamos midiendo la calidad de su trazo o de su desobediencia. Ella no me entiende. Insisto con un ejemplo. Le pregunto que si  el niño sabía que los círculos estaban llenos de ovejas que se podían escapar del redil y tirarse a un barranco... Ella me mira raro. La cosa no es ni un sí ni un no. Tenemos, esta muchacha y yo, una larga disquisición sobre la esferidad de los círculos a edad temprana, sobre la plenitud de los círculos a edad temprana, sobre la bondad de un esquema o de un pictograma descontextualizado en edad temprana en favor de la rapidez o la perfección obsesiva y circular, de la pulcra lentitud a temprana edad. Por suerte, establecemos que no ha muerto ninguna oveja y consigo hacer que sonría. Mientras tanto, Kafka, pluma en mano, toma notas frenéticas para un relato (que igual escribiré yo). Después, pasamos al tema de la la raya. Sí, sí. Hemos pasado ya de los círculos pero aún nos queda la raya. LA RA-YA.


La firme raya de mi hijo de seis años recorría cual kamikaze el interior de la pauta quebrada (es una pauta quebrada, claro, no se lo van a poner fácil). Al llegar al diente de sierra -que diría un economista-, la raya kamikaze de lápiz se sale un poco para descender por la autopista de la pauta como el crack del 29. Si hubiera sido un coche en la M40 habría pisado la línea sonora del arcén, me digo antes de su caída en picado. Nadie habría muerto. Me congratulo. Pero enseguida me agobio porque la realidad es que si la pauta (el renglón para entendernos) fuera la Gran Cornisa y yo una madre tan loca como para darle el volante a un niño de seis años... estaríamos todos muertos. No se habría salvado ni dios. El fracaso del simulacro es claro. La raya se ha salido de la pauta y estamos todos despeñados como las ovejas que se escaparon del redil. Esto es una carnicería. No tenemos padre amoroso, tenemos un "grupo" que no vemos, nos hemos despeñado como Grace Kelly en la costa Azul Francesa y Kafka se ríe, se ríe, se ríe de mí. He ahí el problema, me dice ella. Kafka me da una patada: ¿Cómo? le digo- El trazo firme, intenso, decidido del niño... roza la pauta, ¿lo ves? Se ha salido esto me dice, lo juro-. Recuerdo que seguimos vivos, que no somos ovejas, sonrío por dentro a pesar de que el policía de la pauta me informa de que tocar pauta con el lápiz descuenta puntos en el test. Que es una infracción en el test. Que no se vale. El de seis años tenía instrucciones claras de hacer una raya temblona, lenta y perfecta, (raros conceptos para mí no veo como pueden ir unidos, pero qué voy a saber yo) para no rozar la pauta. Me quedo con ganas de ir a Montecarlo y de darle una hostia al primer pastor de ovejas que se cruce conmigo. Sonrío. Miro de nuevo la raya, la pauta, los diez círculos cerrados, los cuatro o cinco abiertos y abollados. Pienso en mi dulce niño rubio que se sabe los huesos del oído. Le gustan los tímpanos y los músculos de la lengua. Miro al padre esquemático y amoroso que abraza a dos pictogramas-niños. Miro la raya decidida a lápiz de mi hijo, recta como la flecha de Guillermo Tell, como la espada del Cid Campeador, como el cipote de Archidona. No puede haber madre más orgullosa de una raya mal hecha. Y he ahí el problema. Que estoy orgullosa de su raya. Orgullosa y decidida a ayudarle a matar ovejas con mis lapiceros en la Gran Cornisa de Monte Carlo. Caigan las pautas que caigan (he dicho pautas). Le digo a la psicóloga lo que opino de su test y Kafka se marcha porque tiene prisa por ponerse a escribir.


miércoles, 29 de enero de 2014

AÑO PLATÓNICO

Hace dos años que murió George y hoy me detuve para preguntarme en qué lugar me encuentro, cómo están los pesos, si hay tierra a la vista. Veo importante, quizá por mi espíritu de navegante, desempolvar el sextante, pararme a sentir el aroma de las olas en busca de posibles tormentas, comprobar los vientos, ajustar el rumbo. Pero la idea no llegó sola. Se debió a este estado de constante filosofar en el que me sitúa mi hijo mayor y del que disfruto como si hubiera nacido para ser a un tiempo su maestra y su mejor alumna.
Michael quiso que le hablara de La Tierra y de sus movimientos. Investigando de esto y de aquello en Internet, me topé con una frase que me hizo pensar. Tiene que ver con el desplazamiento de los polos. Al parecer el Polo Norte "deriva". Se desplaza hacia Groenlandia. Se mueve a un ritmo que algunos califican de preocupante debido al deshielo. Según Erik Ivins, geofísico del Jet Propulsion Laboratory de la NASA, este desplazamiento se explica porque la pérdida de masa en un punto determinado de una esfera en rotación hace que su eje se desplace inmediatamente hacia la posición donde se ha producido la pérdida. (Espero que la cita sea correcta pues no la he comprobado hasta la extenuación).
Como soy una mujer muy loca y mi mente no puede dejar de hacer conexiones de cosas que para nadie más tienen nada que ver, me aplico a mi misma lo de la pérdida de masa y lo del eje y me pregunto ¿en cuantos grados se ha desplazado mi norte tras la muerte de George? ¿Dónde tengo el norte? ¿Dónde lo tenía antes? ¿Tenemos norte y sur las personas? ¿Cómo anda mi eje? 
Así es que por todo esto, para analizar mi "deriva", quise hacer balance. El problema es que no sabía qué cuentas debía echar. ¿Qué periodo de tiempo debía escoger para contabilizar pasos, mojones, luchas, momentos importantes o victorias personales? ¿Un año, tres, cinco? Me dije que un año no es suficiente tiempo para acumular nada que merezca la pena. Como siempre, Michael me hizo dudar de esta idea.
-Un año es muchiiiisimo, mamá. La Tierra recorre 930 millones de kilómetros en un año.
-Ya cielito, pero es que resulta que la tierra se traslada por su órbita a 25km por segundo. ¡Por segundo! Yo no soy tan rápida. Soy como la noble y fiable tortuga. 
-Pero sin ser ovípara.
-Así es. Por tanto, yo soy una mujer más de... Años Platónicos. 
-¿Y qué es el Año Platónico?
Richard levanta la vista de sus hombrecillos de LEGO y nos mira con interés.
-Ahí quería yo llegar, Michael. El Año Platónico es el nombre que los astrónomos le pusieron al movimiento de precesión de la tierra.
Richard, al ver que la cosa va de ciencias, se vuelve a inventar historias con Spiderman y Batman.
-¿Precesión?
Un hijo así te acostumbra a repentizar. Cojo una naranja y un cordel y la ensarto en un pincho moruno. Ato el cordel, con naranja y pincho a la lámpara. Richard pasa de los Legos y se viene con nosotros. Hago girar la naranja. Un manchurrón de zumo cae sobre la mesa de la cocina. Michael y Richard disfrutan.
-Esta es la tierra (naranja) y este es su eje (pincho de acero). Al girar, la tierra hace dos movimientos importantes, el de rotación, que es cuando gira sobre sí misma y el de traslación, que es el caminito que recorre en su órbita alrededor del sol. Richard, enciende el sol, por favor. 
Richard va hasta el interruptor de la luz y enciende la lámpara.
-Pero ahora fijaos sólo en el movimiento de rotación y en el eje de la tierra. Bien, pues resulta que este eje de la tierra se bambolea, como, como...
-¿Cómo la peonza cuando empieza a pararse?
-!La madre que te parió! ¡Sí, hijo, como la peonza! ¿Veis que la punta del pincho moruno no se está quieta? El círculo que describe la punta del pincho moruno alrededor del polo físico de la naranja se llama movimiento de precesión de la Tierra. Este movimiento se completa cada 25.000 años, más o menos. Hay quien le llama El Gran Año pero a mí me gusta más Año Platónico. 
-¡Hala! ¿Y esto te lo has sacado de Wikipedia?
-No, esto lo vi en un documental de unos tipos que estudiaban cuál fue la posición de las estrellas en el cielo hace quince mil años porque tenían la teoría de que aquella posición, en concreto la de la constelación de Orión con respecto a la Vía Láctea, es la que copiaron los egipcios para escoger el lugar de las pirámides. 
-Oye, ¿y es verdad que para saber la edad humana de un perro hay que multiplicar sus años por siete?
-¿Hemos cambiado de tema? ¿Te aburro?
-Sí, pero quiero que dejes la naranja en la lámpara. ¿Me contestas a lo de los perros?
Mirando una naranja que cuelga de una lámpara le digo que un año perruno son siete años humanos. Quizá esa sea la respuesta. Siete es un buen número. Me gusta el siete. ¿Qué he hecho en estos últimos siete años? Traslación, rotación, precesión. Un año perruno por siete, son siete años humanos. Hago balance del 2006-2013. Estos son los eventos:
Un cáncer, lucha, un matrimonio, más lucha, una sentencia, dos in-vitro, lucha y amor, dos nacimientos, una muerte, una revelación o varias revelaciones, más amor, menos amor, dos novelas, muchos descubrimientos sobre la realidad de la vida, un duelo, resuelto el misterio de la felicidad, resuelto el verdadero significado del amor, otra novela recién entregada, dos superdotados y una naranja colgando de la lámpara. 
Me digo que navego en la buena dirección aunque a mi alrededor todo sea mar y los gatos de mis vecinas. Me digo que, tal vez, pronto, llegue a algún puerto nuevo y misterioso donde, si tengo un poco de suerte, quizá incluso pueda permitirme otro amor. Richard me saca de mi estupor.
-Mamá... ¿Y porqué la Tierra es como una peonza?
-Porque su superficie no es regular. No es una esfera perfecta. Tiene masas de tierra, masas de agua...
-Eso como cuando los jugadores de cricket se frotan la bola contra los huevos para darle efecto...-le dice Michael a su hermano.
-¿Y cuándo has visto tú un partido de cricket? ¿Acaso lo llevas en los genes?- le digo admirada.
-¡Ay, mamá! ¡Qué loca eres! Me regalaste la bola de papa y me explicaste que tiene una parte lisa y otra rugosa y me dijiste por qué y vimos a los señores del cricket en youtube rascandose los huevos.
-Tienes razón. Lo había olvidado. Como veis, no soy perfecta.
-Nada es perfecto, ni la Tierra, que se mueve loca como una peonza.
-Pues atentos- les digo- Yo creo que no se puede aspirar a mayor perfección que la de la Tierra.
Me miran muy serios. Asimilando conceptos. Muy serio también pregunta el mayor:
-¿Que significa aspirar a algo?
Mmmm. Me planteo como responder a una pregunta aparentemente simple, profundamente compleja. Sus miradas sobre mí son toda una responsabilidad. Richard, atento a la naranja, dice:
-Voy un momentito a apagar el sol.

viernes, 25 de octubre de 2013

PILAR PELA EL POMELO


A mi hijo mayor no le gusta hacer los deberes. Se niega a escribir. Tanto se niega, que sabe escribir en teoría o con el ordenador, pero le das un lápiz y se paraliza.
Hoy hay deberes. Hoy toca escribir tres veces: "Pilar pela el Pomelo" y "El oso se llama Suso". No es coña. Son las frases reales. El muy pillo, que tiene un humor fantástico, me dice que las frases las copie "Rita mientras rema en el río", que esto es mega aburrido y que no piensa hacerlo.

Tenemos así un producto de la enseñanza moderna... que no es muy moderna porque esto ya lo he vivido hace más de treinta años. Un muchacho despierto, lleno de interés por todo lo que le rodea, que sabe escribir, que conoce todas las letras, que sabe de los satélites de Saturno y de la fuerza de la gravedad pero que cuando toca coger el lápiz en clase o en casa, se queda con los ojos en blanco, ido, aletargado, amuermado, en la luna, fuera de juego, apelmazado, aburrido, en el limbo, esperando el autobús de los conocimientos. Tras muchos análisis sesudos de unos y de otros, llego a la convicción de que el motivo de que un niño que necesita conocer porqué arde el sol, o qué es la fuerza de la gravedad, o cómo funciona un motor de dos tiempos, no quiera en cambio escribir, es una total falta de motivación. No entiende el porqué de esa tortura de Pilar pela el pomelo. Aquello que le mandan copiar, comparado con la Falla de San Andrés, le parece vacío de contenido, fuera del universo, una isla árida y desgajada de una conciencia sin ondas cerebrales ni órbitas ni fuerzas fascinantes. Para mí, esto es un síntoma de inteligencia también una preocupación. Para sus profesoras es una incapacidad de demostrar sus conocimientos y de adaptarse al sistema. Si no demuestra sus conocimientos escribiendo, no le pueden ampliar el currículo y si no le amplían el currículo jamás le apetecerá escribir.
Las profesoras le dicen al niño que debe copiar esa frase y otras miles del mismo cariz para que, cuando sepa escribir, pueda escribir cosas chulas. “¿No sería mejor aprender a escribir escribiendo? Les digo. Me miran como si estuviese pirada. Quizá lo estoy. Insisto: si escribe cosas con un propósito que a él le interese, sabrá, podrá, aprenderá. Las profesoras me miran con displicencia. Me dan la razón como a las madres pero dicen suavemente que nanai. Insisten en que tiene que pasar por el Oso, me explican por qué se llama Suso y que después del pomelo llegará lo verdaderamente interesante. Si el niño estuviera presente le diría: "Yo vi morir a mi padre. He aprendido que lo que importa es el presente. Quiero ser feliz hoy, ahora". El mismo niño les diría: "quiero ya eso que me llevan prometiendo desde la guardería y que no me dan y que empiezo a sospechar que no existe. Quiero leer sobre Ganímedes y no sobre un cierto gallo que hace kikirikí en un poema sin autor conocido que hay que copiar durante el fin de semana. Quiero el hoy, ahora, me lo merezco, porque el futuro no existe sin un presente feliz."
Bien, como es un niño al que por el humor te lo ganas seguro, le digo, vale, no pongas lo del libro, vamos a copiar: "Me la suda el oso Suso". Mi hijo se descojona, el hermano pequeño se ríe como una traca de fuegos artificiales, con esas carcajadas contagiosas que te tronchas, y el mayor agarra el lápiz y ENTUSIASMADO, escribe la frase en un pispás. ME LA SUDA EL OSO SUSO. Moraleja: al niño tan sólo le faltaba motivación. Los guionistas, los escritores, sabemos un rato de esto.

Pero al día siguiente, en el colegio, de nuevo aparece Pilar con sus pomelos sacados de contexto, o le dicen que "Falta un farol en la feria" pero nadie sabe si es la de San Antonio o la verbena de La Paloma,  alguien se empeña en que "La Bota es bonita" cuando en el dibujo del libro, claramente salta a la legua, que es más bien como aquella bota que se comía Charlot en (La quimera del oro ¡qué gran película!) y en el cole, nadie le permite que cambie la frase que le produce narcolepsia por una  más de coña o que se invente  la que a él le apetezca, que salga de su interés y de su corazón ¿Y por qué no se lo permiten? Porque están institucionalizados y no se les ocurre que pueda estar permitido salirse del sistema. El sistema joder, es que es ¡el sistema! "¿Para que nos vale el sistema? ¿No veis que el sistema ya ha fracasado con él?", insisto con rebeldía. Es lo que hay", me responden. No lo dicen tan así, lo adornan con que es que están practicando determinados fonemas y claro no le van a poner frases que tengan todos los fonemas y de ahí lo de con P de Pili y P de pomelo. Yo les digo que a este niño le privan los fonemas y que por eso no se preocupen, pero ellas me dicen que nanai. Que toca la P. Llegados a este punto, este asunto de que escriba lo del pomelo empieza a ser para mí una cuestión política, de objeción de conciencia. Mi religión es la cultura y la imaginación, y mi Dios me impide alabarle a mi hijo las virtudes de este mundo soñado por el magnífico Kafka. Les digo que ni de coña, que yo no practico una cosa y digo la contraria. Llegamos todos a la conclusión de que este pomelo no hay por dónde agarrarlo. Ellas no entienden mi fijación con Pilar y su necesidad de pelar una fruta con la que cualquier persona coherente se haría un zumo para desayunar. Me desespero. Me siento como el chiste:
-Se reunieron una madre y una profesora...
-¿Y cuál es el chiste?
-Ellas tampoco le vieron la gracia.
Necesito asideros. Necesito contextos. Necesito salir de esa frase que uniforma, achica la mente, estrecha la frente y frunce el entrecejo, encorseta, corta las alas, mata la imaginación... ¿Exagero? Exploramos la situación, acorralados. Me siento como una guionista que escribe la secuencia de la boda sin presupuesto para actores o exteriores, sin iglesia o un vestido de novia ¡Un momento! ¡Si soy guionista! y al sentirme así, como en casa, doy con la solución:

-A ver Michael, pensemos. ¿Qué clase de mujer pelaría un pomelo? ¿Cómo es Pilar? ¿Es lista, es tonta...?
-Es lista.
-¿Y entonces? Nadie pela un pomelo a no ser que no le quede más remedio. ¿Por qué pela esta tipa su pomelo? ¿Qué pretende?

- A lo mejor está en el laberinto.

-¿En el laberinto, hijo?

-¿No te acuerdas?

-¿Dices el del minotauro?

-Ese. Pilar no tiene un carrete de hilo así que tiene que usar la cáscara del pomelo para entrar, cargarse al monotauro...
-Minotauro...
-Eso, cargarse a minotauro, y luego poder salir sin perderse.

-Me gusta... Escríbelo, entonces. Pero tendrá que ser un pomelo muy grande. A lo mejor es un pomelo especial.

-Vale, mola.- dice mientras escribe- Pi-lar pe-la el-po-me-lo...

-Este libro de escritura es apasionante... ¿No te parece?

-Y nos lo queríamos perder.