lunes, 9 de enero de 2012

Éxito inesperado


El día siempre empieza con energía pues llevar a los niños en bici al cole pone en marcha todos los órganos del cuerpo. Los pulmones y el corazón compadrean, las piernas se desentumecen, la cara se congela con el aire de la helada y la espalda se estira. Todos me saludan. Todos me conocen. Entre los padres del cole que sacan a sus hijos de los coches, me siento como la reina de Inglaterra saludando con la manita a unos y a otros otorgando sonrisas y esquivando el tráfico. Soy la de la bici que lleva a esos niños tan monos sentados en su banquito, detrás, en el triciclo más fashion de Villanueva. Los niños, contentos de empezar las clases me dan un beso fuerte y entran corriendo al cole y me vuelvo por donde he venido. El sol ilumina el salón y cuando entro de nuevo quitándome el plumas, la mirada se posa sobre mi querido portátil. Sin querer, pergeño una idea para escribir un texto sobre “el éxito” pero como me gusta darle vueltas a las cosas en la cabeza primero dejo que mi piloto automático literario se ponga con eso y me subo a la oficina a hacer un par de fotocopias. Papeles, claro, que tengo que enviar a Inglaterra, como no podía ser de otra forma. El café me sabe a gloria (escuchando a Drive by truckers, regalo de mi hermano) porque acabo de abrir un paquete nuevo (nada de Marcilla) del bueno, del de Guatemala. Y me pregunto si ponerme a escribir ya o seguir haciendo burocracia tonta mientras le doy vueltas en la cabeza al significado del éxito.  Decido posponerlo hasta media mañana y salgo al taller. Debo cambiar las bisagras de la puerta rota de un armario. Allí me enfrento a las herramientas de George. Escojo mi taladro, mis tornillos y cambio las bisagras mientras sigo pensando en el éxito. Suena la música. The deep south. Me hago otro café y enciendo el ordenador. Hago la compra por Internet y sólo entonces me pongo a escribir. De una tacada “vomito” lo que a mí me parece una simpática tormenta de ideas sobre el éxito. Disfruto escribiéndolo. Luego me marcho al gimnasio. Es casi la una. Y es allí donde como recompensa a mi buen humor sucede algo imposible. Mientras hago mis pesas tratando de parecer la más cool del mundo, noto una mirada insistente sobre mí. Un hombre ha llegado. Como somos siempre muy pocos, el nuevo dice hola y los demás contestamos, pero este no dice ni pío y viene directo hacia mí. No sé qué es lo que me va a preguntar, pero sin duda me va a decir algo así que levanto la vista, sonrío (acordándome de George que siempre me decía “tienes que sonreír más, tienes una sonrisa preciosa”) y entonces veo un rostro increíblemente familiar y querido y antiguo. ¡¿Lea?! Exclama. Y no puedo creerlo, empieza a latirme el corazón más deprisa y no es del esfuerzo y lo primero que pienso es “menos mal que hoy me he lavado el pelo”. Es Javier, un amigo amiguísimo que tuve con veinte años en la facultad. Me mira sonriente y no hay que decir más. Nos damos un abrazo y me cuenta que es socio del club desde hace siglos y que juega al golf, claro (y yo me he quedado sin compañero de golf) y no entendemos cómo no nos hemos visto antes y de pronto una avalancha de emociones agradables nos inunda a los dos. Como es lógico, tras el ejercicio nos vamos al restaurante a comer juntos, porque él no tiene que estar en Telemadrid (donde es realizador) hasta las cuatro y media y nos ponemos al día de los últimos veinte años. Resulta que se acaba de divorciar. Yo no quiero hablar mucho de mí porque ya lo he contado tantas veces… pero no me va a quedar más remedio. “¿Y tú?” me pregunta. Pues no, no va a quedar más remedio que soltar la bomba. Por unos instantes dudo. Insiste: “conociéndote seguro que tienes alguien que no te va a soltar fácilmente”. El coqueteo en su mirada es tan obvio como el piropo. Siempre fue muy guapo (nunca me han gustado los feos, excepto uno que se llamaba César). Al fin, le digo con sonrisa enigmática: “Le costó soltarme, pero no le quedó otra”.
“Javier, que casualidades tiene la vida”, pienso mientras vuelvo a casa después de mi comida. Ya tengo compañero de golf. Eso sí que es un éxito inesperado. 

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