No me viene.
Escribir. Empezar.
Busco bajo la alfombra drogas endocrinas, aguanto la respiración hasta el bajón, me zampo tres magdalenas lloronas,
provocadoras de suspiros y sopeso las propiedades de la cicuta, que es fea, la
condenada, pero florece tentadora en las cunetas de la carretera que va de mi
pueblo a Boadilla del Monte. Mi problema es serio. La imagen, el latido, el
runrún bloguero... nada, que no me viene. Mi corazón está en blanco. Hoy quiero
echar palabras, soltarlas por las manos, que los dedos bailen su ruidoso y rítmico claqué en el teclado... Pero nada, no me
viene.
Picasso (y sobre todo
Twitter), aseguran que la inspiración llega trabajando y fiel a la cita, me
pongo a darle a la tecla. Con profesionalidad cabezona escribo algunos párrafos y lleno de peces las aguas de un acuario
en blanco con la intención de pescarlos... pero
nada, que no me viene. Borro los párrafos, espanto a los peces. Por deformación periodística quiero justificar el texto. Vislumbro dos líneas coquetas y esperanzada, las dejo. De ahí saldrá el tema, la moraleja de la historia, la esencia del momento, la
enjundia... nada... que no me viene. Paro. Aparco. Hago de madre. Preparo
comidas, uniformes, funciones escolares,
corto jamón, mido estanterías, se atasca el desagüe, frío empanadillas, se caen los huevos al suelo,
¡coño!, leo y vuelvo. No quiero escribir tonterías y sin ideas grandes: la muerte, la
educación, el presente, la libertad, la música interior, la genialidad, la bondad del
llanto... empiezo y me detengo, me lanzo y resbalo, tecleo y me caigo porque
nada, oye, que no me viene. Nada viene.
Analizo mi torpeza. Me preocupo. ¿Terminó la inspiración? ¿La necesidad? ¿No apetece un diario sin dolor? Hay motivos, muchos,
para que no me venga la condenada musa. El primero es que me siento bien, es decir, que me
he acostumbrado a la soledad. La soledad tiene grandes cosas.
Aunque soledad, así dicho, rima con mal. Una palabra que está hecha de sol y de edad, es sin duda cosa
de momias. Suena a paisaje de secano con figura, a cardo borriquero castellano. Yo creo que la soledad es cosa valiente y brava y singular como vive solo al sol el toro de Osborne, en
su estacada. Y hay que ver, qué estampa.
Otra razón de peso para que no me venga lo que me tiene
que venir es que este año publico dos novelas. La cirujana de
Palma ya está en librerías y en otoño llegará El jardín de la memoria. Esto me ha
envuelto en un marasmo de cosas varias, galeradas, promociones. También pasa que ando liada escribiendo las diez
mil palabras a la semana (tengo trabajo que paga, ¡hurra!) de mi guión semanal de serie diaria. ¡Todos a ver "Ciega a citas" en 4
por las tardes a las 4! Y por eso no me viene, ¡pues como para que me venga teniendo que
soltar del cuerpo tal cantidad de pronombres y gags, ironías y sarcasmos divertidos,
emotivos, semanales, cachondos y arriesgados!
Añadiré a esta receta primaveral y laboral que los niños son felices en su nuevo colegio y como el
río de la vida lleva mucha agua y hace calor y escribo funciones escolares
para que las representemos los padres y viene el frío polar y hay deberes sin hacer y disfraces
de San Isidro que encontrar, y entre chotis y palomas hay que remar en el Retiro en las casetas de San Libro, donde habré de disfrazarme de
escritora... pufff, pues nada, que no me viene. Los diarios de la viuda
se resienten y quedan en la esquina de la barca.
¿He contado ya que cuando escribo barca
en el I-pad el corrector me lo cambia por Barça? Una vez escribí la Barca de Caronte y mi risotada soleada y añeja fue de traca al ver lo que quedó escrito en la página. Y nada, que aunque no me venga, aquí me pongo, porque adoro mi blog y hago unas trampas
bestiales como ya hiciera Lope con la estúpida de Violante y aquel soneto que le
mandaba hacer esa tarde en que a él no le venía nada. Y ojito, que a él Cervantes le llamaba nada menos que el monstruo
de la naturaleza que es poco menos que ser Gareth Bale hoy día en España y en el mundo. ¿Por qué Bale?. Porque
era el jugador favorito de George cuando visitábamos cada sábado White Hart Lane. Qué nombre tan imposiblemente literario y romántico para un estadio de fútbol: White Hart Lane.
El callejón del corazón blanco.
Y nada, que no me
viene. Lo repito como mantra o estribillo y escribo tocando el yunque con un
martillo. Escribo porque mi blog es un desfibrilador del alma.
1,2,3, ¡Blog!, 1,2,3, ¡blog! La verdad que sale de mis manos,
teclas, dedos, yemas, con sonido de pájaro carpintero, de metralleta de verdades, no sale de otra parte, en ningún otro contexto y me hace latir. Encuentro aquí el tono, mi tono, esa marca de fábrica: la verdad. Caray…
¿La verdad es un tono? Obvio, y es el único tono latente, soterrado, la pancarta valiente que
debe seguir un escritor.
Pero aún por estas, ni a vida, ni a muerte... nada,
que no me viene. Estoy en el callejón del corazón blanco. Ante mí se pasean las ideas
grandes, se cuelgan de los nombres y de los sombreros y
me guiñan el ojo los libros que esperan ser leídos y sus autores brillantes me
dicen: céntrate en la felicidad, habla del coraje, cuéntales lo que es ser madre de dos fieras y
perder las llaves por la mañana en un metro cuadrado de césped y pasar veinte minutos con los niños atados en sus sillas elevadoras buscando
la forma de arrancar un coche bajo la lluvia sin llaves, sin dignidad, sin
tiempo y sola. Háblales de lo que es tomar las decisiones de tres
personas, y vestir a tres personas y pensar a tres personas y desayunarse a
tres personas y coger las tres mochilas y echarse a las personas a la espalda
para salir por las tres puertas, la de casa, la de la vida y la de la prisa. Háblales de lo de siempre, de la pena o de la libertad, que lo hablas
muy bien y que sabes que les gusta y no te compliques la vida.
Y obedezco y aunque no me viene, aporreo este piano electrónico de letras que me resucita el alma en busca de la música. Y
bailo un baile con el que me favoreció a las siete, y con el que me siguió a las diez y con aquel que recordó que era el cumpleaños de Bob Dylan y colgó en el feis Ring Them Bells. Y George y yo volvemos a pasear por esta casa cantándola a grito pelado. ¿No es una belleza? Sol y edad, ¿qué más se puede pedir? ¿Te da que pensar?
Pero no escribo, no me
viene, y no escribiendo, escribo picando y entre las letras saltando,
fingiendo, disfrutando. No, no para la tristeza, la pena dura que es como una
roca gorda metida en esa barca que hoy no es del Barça ni es del Al-leti que es
blanca como mi página y es del Madrid (el equipo blanco de mi corazón). Hoy, no, no me viene, estoy en un callejón y no me viene nada
porque ando liada con todo. Miro los libros, los fósiles, las plantas. Veo a mis hijos sobre
la alfombra, inventando historias durante horas en sus planetas de Lego, igual
que hacía yo con unas Nancys que mi hermano me ahorcaba de la lámpara. He pasado horas, días y años jugando sola con seres inventados en un estadio de fútbol abarrotado y
comprendo que al verles hacer lo mismo a dos niños estoy admirando La Felicidad, su felicidad, como si fuera un cuadro y me digo que con esas imaginaciones los dos tienen
el corazón salvado.
Mira, ya te vale -me
dicen mis plantas, mis fósiles, mis libros- pues hábla de todo, joder, de todo esto y de los
cojones del toro de Osborne en mitad de la Pampa y de los huevos rotos y si ves que no te viene, si
de verdad no te viene, haz lo que hacen los grandes, escríbeles de la nada, del callejón del corazón blanco y cuando
menos te lo esperes, te los habrás ganado.
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