lunes, 21 de diciembre de 2015

DOS MÁS DOS CASI SON CUATRO


La democracia es imperfecta y según el sistema electoral español no es pura matemática. La democracia en nuestro país es algo así como que dos más dos, casi son cuatro.
Sería genial que la ancestral democracia pudiera ser pura matemática. Que fuese indiscutiblemente perfecta como las hojas de una acacia que se alinean en series de Fibonacci para que el árbol capte mejor la luz del sol. Sería maravilloso que la democracia y sus sumas y sus porcentajes fueran perfecta y fibonacciana matemática y que simplificar los sentimientos de odio, pena, frustración, opresión, alegría, esperanza, miseria, riqueza, bondad o maldad fuera cosa tan simple como sumarlos y obtener un resultado perfecto: el representante matemáticamente perfecto, pero no es así... ¿O sí es así? Yo creo que casi, casi.
La democracia tiene algunas fisuras, las fisuras en las que interviene la subjetividad. Esta subjetividad, que se traduce en cosas como la ley D' Hondt y que hace que un voto soriano valga más que uno madrileño, por ejemplo. También es inevitable que nuestra democracia favorezca la representación parlamentaria de los votos nacionalistas. Lo es. Inevitable. Esto no es malo ni bueno. Es lo mejor posible o un mal necesario o directamente, lo menos malo. La cosa es que la democracia es lo suficientemente buena matemática, buena aritmética, como para que funcione y yo creo firmemente en la verdad matemática. Es probable que no haya otra verdad. Creo que el universo es pura matemática y que gracias a las matemáticas, la democracia es fabulosa y se nos ha olvidado por sabida, conocida, heredada y trillada. Se nos ha olvidado porque todos los nacidos en democracia no saben que podía haber otra cosa o no se les ocurre entender que hay, a menudo, otra cosa (un poco como cuando mis hijos alucinan porque en el pasado los niños viajáramos en coche sin cinturón de seguridad ni sillita elevadora). No, a mi no se me ha olvidado el pasado. Yo no nací en democracia. Yo crecí con las historias y las cicatrices de mis padres y el miedo y la ilusión de la transición y las dictaduras chilenas, argentinas y sus desaparecidos y el golpe de Tejero. Tampoco se me ha olvidado cómo viajábamos los niños en el asiento de atrás, ni se me ha olvidado que un día íbamos por la calle Alcalá, mi hermano y yo en el coche, en aquella época en la que no había cinturones y los niños nos apretujábamos para compartir el hueco entre los asientos delanteros para poder ver lo que estaba pasando. Mi madre conducía. No recuerdo a dónde nos llevaba. La cosa es que estaba todo cortado y había policía por todas partes y mi madre bajó la ventanilla y le preguntó a un agente: "¿qué ha pasado?" Él le contestó: "unos pistoleros han entrado a tiros en un bufete de la calle Atocha. Han matado a varios abogados de izquierdas. Tiene que dar la vuelta, señora." Ahí mismo, en ese instante, mi madre se echó a llorar. Se le desbordaron sus ojos azules y enormes y se echó a llorar. "¿Qué te pasa mamá?", le dijimos, "¿Qué te pasa?" Mi madre respondió: "esto es terrible, es terrible. Esto es el fin de la democracia."

Por suerte, mi madre se equivocó y no lo fue. Fue el principio. Todos los partidos y sus seguidores reaccionaron con una templanza impresionante y se llegó a la legalización del partido comunista y se celebraron unas elecciones, las de 1977. Ayer, mi madre, que también tiene muy buena memoria, escuchó decir a unos cuantos líderes políticos: "hoy ha cambiado España porque por primera vez se reparten los votos entre cuatro partidos." Mi madre reaccionó muy molesta : "No es verdad. ¡No es verdad! España cambió en 1977 y no se repartieron los votos entre cuatro partidos, se repartieron entre cinco partidos. A mí no se me ha olvidado", dice mi madre. Y yo le respondo: "El problema es que a estos no se les ha olvidado, es que no lo saben. No lo saben." Sólo el líder de Izquierda Unida hizo referencia a esa pluralidad del 78 que por criticada en los últimos años parece ahora falsa, inventada o radiactiva. Pues no fue falsa entonces y ni mucho menos fue mala. Fue pura democracia. Nunca hemos tenido una representación tan plural como la de 1978 o como lo será ahora. Lo que ha pasado ayer es algo fácil de entender. Real. Bello por su simpleza.
Los diputados resultantes de las elecciones de ayer no han sido elegidos a cara o cruz. Ayer votaron casi veinticinco millones y medio de españoles. 25 millones y medio. 25 MILLONES. Eso es la pluralidad. La pluralidad matemática en la que por un día cada hombre y cada mujer vale lo mismo (exceptuando, quizá, a los sorianos). Todos valemos lo mismo, exactamente lo mismo, por un día. VEINTICINCO MILLONES Y MEDIO de opiniones buenas y malas y regulares y sabias e ignorantes, de mudos y sordos, de frágiles y enfermos, de fuertes y cabrones, de jóvenes y ancianos, de amnésicos y memoriones, de mafiosos y esforzados... Por un día, un sólo día, todas las opiniones valen lo mismo y en la suma de cuatro no existe un dos bueno y un dos malo, un dos cabrón y un dos majete. En la suma no entra la moralidad o la subjetividad porque todos valemos lo mismo en sociedad. Hay quien esto no lo puede concebir, pero es necesario recordarlo y afirmarlo. El hombre más sabio vale lo mismo que el más ignorante porque lo que importa es que es, que está vivo, que nació, que es la hoja fibonacciana de la rama de este árbol que llamamos sociedad.
Ayer, más de 25 millones de personas sumaron sus emociones y los mismos que gritaban felices "es la fiesta de la democracia" hoy ya empiezan a juzgar a los demás con el sesgo de su propia ideología. Ya están muchos diciendo que los que votaron a estos son majaderos, que los que votaron a aquellos son radicales, que los que no votaron son idiotas, que ganan los cabrones y pierden los buenos, que ganan los buenos y pierden los hijos de tal o de cual. Da igual, pueden decir lo que quieran. Lo único que queda es que el resultado de estas elecciones, o de cualquier votación, no puede verse desde la moral o la subjetividad, desde la desilusión o la alegría. Sólo puede observarse desde la fascinación por un sistema que por un día, sólo por un día, permite a todos los españoles ser pura, bella, libre, discreta, pacífica aritmética, hoja de acacia representada en el parlamento. El mismo parlamento que todos unidos, libres y pacíficos hemos deseado tener.



lunes, 7 de diciembre de 2015

Cuando yo era pequeña

Cuando yo era pequeña no existían las siglas AACC, unas siglas de las que muy poca gente conoce el significado. Tampoco existía la expresión que corresponde a estas siglas, Altas Capacidades. Cuando yo era pequeña, tampoco había programas de detección de lo que entonces se llamaba superdotación, ni recorrían los colegios y las asociaciones de padres grandes o pequeñas teorías al respecto, estudios, propuestas o programas escolares. Se consideraba lo mismo que ahora, que un niño superdotado es algo así como una aguja en un pajar, o uno entre un millón, una rara lotería. En mi casa, mis padres me decían que era muy lista porque al parecer inventaba unas intrincadas historias con mis muñecas que me llevaban días de desarrollo y porque mi dominio del lenguaje -sobre todo para hacer chistes- fascinaba a amigos y demás parientes. Yo, en cambio, me consideraba insignificante, poca cosa, patito feo, aislada, porque dentro del colegio no sabía, no encontraba forma humana de brillar. Ser lista era una condena.
Irritaba a las profesoras con mis visitas a la luna, con mi humor irreverente y con mi incapacidad –ellas lo llamaban rebeldía- para realizar tareas repetitivas y deberes. Les fastidiaba el sistema sin proponérmelo, porque hacía todo lo contrario de lo que me pedían y luego iba y sacaba un diez en el examen. Como esto resultaba frustrante para todos y al mismo tiempo, muy extraño, comenzaron a llevarme al despachito del segundo piso. Allí, una psicóloga de bata blanca y melena negra trataba de escrutar mi mente haciéndome misteriosas preguntas sobre mis padres y enseñándome las manchas del test de Rorschach (ese test en el que uno ve mariposas, clavículas, máscaras, pájaros y borratajos que dan miedo). Nadie me explicó  jamás por qué me llevaban a esta psicóloga. Tampoco mi madre supo nunca que me llevaban a una psicóloga que me enseñaba manchurrones que yo debía nombrar con propósito desconocido. Cuando la psicóloga concluyó su análisis dejé de ir a ese despacho. Una vez más, el colegio fue este Gran Hermano que me vigilaba, que me decía lo que debía hacer, que luchaba contra mi voluntad y mi individualidad, que no me dejaba brillar. Cuando yo era pequeña, nadie supo nunca que yo era una niña de Altas Capacidades y que toda mi creatividad se expresaba en familia porque tampoco existían talleres de escritura, o de cine, o de nada creativo en un nivel que no fuese parecido al del colegio. No es que ahora hayan cambiado mucho las cosas, pero mis hijos tienen al menos la suerte de saber que si se aburren en clase es porque las asignaturas les resultan poco interesantes, desmotivadoras y porque su capacidad creadora está por encima de su curso. También tienen la suerte de contar con asociaciones de padres luchadores que quieren una mejor atención al problema de la superdotación en el alumnado. Yo pertenezco a una de esas asociaciones, AEST, desde la que se organizan cursos de enriquecimiento para que los niños encuentren fuera del aula los contenidos que verdaderamente les interesan, pero hay muchas asociaciones en toda España y conviene que los padres se informen y se comuniquen con otras familias en su misma situación. Los niños con AACC no son mejores personas, no son dignos de admiración por el simple hecho de puntuar más alto en un test. Tampoco tienen el futuro resuelto por ser veloces haciendo cálculos matemáticos o propensos al arte o a la música, pero sí son más débiles por el mero hecho de que son minoría. Los niños con AACC deben ser protegidos. Su autoestima es muy frágil y sufren sin saber por qué. Los niños de Altas Capacidades son niños con gran facilidad para determinados asuntos y gran torpeza, e incluso incapacidad dolorosa en otros, como todo el mundo. Tampoco ser un niño de AACC garantiza facilidades en la vida. Al contrario. Garantiza, desde el mismo momento de la escolarización, graves problemas de adaptación, altos niveles de frustración, un demoledor, altísimo porcentaje de fracaso escolar y muchas lágrimas. Los niños de Altas Capacidades necesitan algo que no saben qué demonios es. Yo, desde donde estoy, treinta años después de aquella niña, puedo explicárselo: los niños de Altas Capacidades necesitan brillar. Necesitan embellecer el mundo para protegerse de la maldad. Un niño de AACC suele sufrir como sufre el pájaro salvaje en su jaula. Llora mucho en ocasiones, no se está quiero en la silla, rompe cosas, se vuelve irreverente y contestatario o se queda callado en un rincón. Pero a veces, cuando ya siente que jamás va a encajar, ocurre el milagro. Un buen maestro, una profesora de natación, un aficionado a la literatura, un primo músico, se reconoce a sí mismo en el niño AACC y lo ayuda a sacar el especial talento que lucha por salir. Esa afición de pronto se ensalza, se canaliza y para el niño, su vida cobra sentido. La jaula se abre. Comienza a volar y esta intensa sensación de libertad se convierte en guía, en boya, en bote salvavidas.
El taller literario para los niños que tienen un especial interés por formar frases bellas, por escribir, inventar, representar relatos, plasmar sus pensamientos y mostrarlos, exhibir su innata tendencia hacia la literatura, les proporciona felicidad, seguridad y un contexto adecuado para expresar la belleza que lucha por salir. A mí me da una felicidad inmensa, inmensa, saber que estos pocos niños tienen la oportunidad de brillar más allá de sus familias con la publicación de este libro porque para ellos, brillar no es presumir, yo lo sé. Brillar es, simplemente, poder vivir.
El otro día, mi hijo de siete años me preguntó: “Mamá, ¿por qué son tan bonitas las rosas? ¿Los insectos saben distinguir lo bonito de lo feo?” Me hizo reflexionar y tuvimos una larga conversación sobre la utilidad de la belleza para plantas, arboles, animales y humanos. Llegamos a la conclusión de que la belleza –además de muchas otras cosas- es el mejor mecanismo de atracción para perpetuar la especie y sobre todo, un espléndido escudo de autodefensa. Tendemos a admirar la belleza. A conservarla. A cultivarla en jardines. Todas las especies parecemos atraídas por la belleza de una música –amansa a las fieras, dicen- por la estética de un paisaje, por la delicia estética de una determinada sonrisa. Expresar belleza es la mejor forma de encontrar un lugar desde el que conservar íntegra, intacta, nuestra originalidad o la peculiar manera que tenemos de entender la vida o incluso de perpetuar nuestras convicciones e ideologías, porque nos proporciona el refugio de la admiración ajena. Es posible que todos los seres del planeta estemos dotados para construir una forma de belleza, aunque no lo sepamos. Yo creo que es más que posible, pero lo que sí es seguro, completamente seguro, es que absolutamente todos estamos dotados para apreciarla. Apreciar el gran talento literario de estos niños-escritores y apoyarlo es nuestra forma infalible de cultivar belleza y de lograr que el mundo –o nuestro microscópico universo- sea hoy mucho mejor.

martes, 1 de diciembre de 2015

La Odisea según Penélope

No leí la auténtica Odisea hasta los 20 años y ahora la tengo muy borrada. Sí recuerdo fenomenal la versión infantil que estuvo muchos años en la librería del comedor. Tenía  ilustraciones del héroe melenudo, navegando en la locura, atado al mástil del barco, hombres a su alrededor zambulléndose en las olas. Recuerdo las sirenas, Circe, you name it. Como todo el mundo, yo sólo quería que el pobre Odiseo (más conocido como Ulises) llegara a Itaca tras su road movie marítima porque allí lo esperaba su mujer y me agobiaba por ella, me daba mucha pena esa espera. Soy chica. Es lo que hay. Yo quería ser Penélope. Qué divina, con ese nombre de estrella de cine que suena a redoble de tambor. Pé-Né-Ló-Pé. Yo la busco en todas las películas que me gustan, en las novelas que escribo. Penélope es la protagonista de Memorias de África, es mi Cirujana de Palma. Pienso en su sufrimiento hoy. Me miro al espejo. Analizo ese amor del que seguro que dudaba, dudaba, dudaba en sus momentos de mayor locura... pero poco sabemos de su alma, la de Penélope. Los hombres tienen cuerpo y las mujeres tenemos alma. Esa es la división odiséica. ¿Y qué hacía ella todo ese tiempo? ¿Se movía como alma en pena? ¿Se inventó un cuerpo? ¿Qué guerras llevaba por dentro? ¿Qué hacía mientras esperaba? ¿Qué pensaba? ¿Qué deshojaba en el pecho? Yo lo sé. Tras la muerte, lo sé todo. Y todo lo que no sé, lo supongo. Quizá esta sea mi próxima novela: La Odisea según Penélope. Su esperanza mutante. Unos días arriba, otros abajo, otros días sin pena ni gloria. Relataré en un diario su temblor interior en la rutina exigente del reino de Itaca, una isla idílica por fuera y siniestra por dentro con esa corte llena de enemigos ingeniosos, de adorables lisiados que no pudieron ir a la guerra de Troya, de jóvenes hijos de los que no volvieron y tantas esperanzas truncadas. Hablaré mucho de los amigos verdaderos (que digo yo que los tendría) del cuidado de su hijo y las preocupaciones porque crezca sin héroe al que parecerse, las luchas palaciegas, el dolor tenue pero seguido, la costumbre a vivir sin amor, el rebelarse a la costumbre, la soledad, el deseo de recuperar ciertos sentimientos, la incapacidad para olvidarse de ciertos otros, el hijo que crece y sale a amar a otras mujeres y la abandona, la vida sin espejos, la necesidad de cerrar cicatrices, de abrir ventanas, la falta de caricias y sobre todo, la importancia vital de los abrazos. Penélope, lo que más echa de menos, son abrazos. A veces se le olvida, pero cualquiera puede verlo cuando coge a un niño recién nacido, se despide de una amiga o de una sierva de la corte. Yo escribiría con un cierto conocimiento de causa sobre su duda constante, ¿volverá el amor, jamás volverá? Qué lucha vital... y sin embargo está segura. Tiene que estarlo. Las otras opciones no son buenas. ¿Cómo no va a volver el amor a una vida tan buena como la suya?
Unas veces ve a Odiseo en sueños, muerto, otras vivo, sano, curado de sus heridas, lo imagina arribando a puerto, ¡qué tío, ha vuelto!... pero no, no ha vuelto, de nuevo ha muerto y así. Imagina futuros y los destroza. Penélope escribe una historia en la mente por la noche y la borra por la mañana. Unas veces piensa en como será su funeral, el de Odiseo, no hay esperanza, llora rota por la dualidad, ¿Son bifurcaciones fantasma, ve doble el camino? y de repente llegan a su ventana cosas como palomas dicharacheras, que canturrean mirándola a los ojos y aunque no le caen muy simpáticas las puñeteras, le parecen señal de los dioses. Penélope se convence durante un tiempo de que el milagro es posible. Es una mujer a saltos, del agua a la roca, del agua al madero. Penélope tiene tiempo, tanto tiempo entre las manos... También tiene años, demasiados. Tantos años sin noticias. Pobre Penélope, desarrollando su ingenio como asidero... ¿Para quién? Para resucitar a los muertos. Para revivir la risa de un tiempo. Penélope es divertida, es ladina, es bromista... porque también hay que serlo para detener las incursiones bélicas de los pretendientes, aunque en el fondo no quiere detenerlos.  Siente atracción morbosa por ellos ¿como no sentirla? ¿Acaso es justo lo que le ha hecho el héroe? Sabemos que no lo es. La ha dejado por otras. Odiseo está de parranda mientras ella mantiene la estructura del hogar en pie. Paradigma de mujer. Penélope es una manera de decir "casa". La atracción es la cuerda que fabrica la soledad. Una cuerda imaginada, un espejismo, pero ahí está, porque no hay mujer que no sienta atracciones o necesite alianzas cuando reina en la isla. Demasiado ingenio en Ítaca. ¿Para qué tanto? ¿Para quién? Para nada. Porque Odiseo se reiría de sus chistes si estuviera delante. ¿Para qué? Para nada. ¿Para que se borre como las huellas en la playa? Así que escribe el ingenio para que quede. Algún día los escritos vendrán bien... y llora y sale con un pretendiente que se puso muy pesado, pero a ese no puede contarle el tapiz que lleva dentro, lo del diario que escribe por las noches como la reina Victoria. Ese pretendiente sólo ve los escritos de los días y la risa y la sonrisa. (Y Odiseo, mientras tanto, en su odisea). El pretendiente la mira a los ojos y habla parlanchín y ella le cuenta cosas banales, divertidas, sin abrir las ventanas de su cuerpo. No puede mencionarle a nadie su dolor y su tristeza, que es de lo que está medio hecha y se siente falsa con el pretendiente aunque le gusta o aunque no le guste, y piensa... A la mierda esto, Odiseo está vivo, mejor me espero. Buscaré una labor, algo que me quite el come-come y esperaré. Su promesa pesa. La importancia que tiene para Penélope una promesa pesa el peso del mundo en sus hombros. Eso tendría mucha importancia en mi novela. No hay mujer más férrea en esto de las promesas que Penélope. Habla con sus amigas de cosas complejas, ideas como el amor, y se pregunta si está hecho de realidad. No, no lo está pero es real, es una ficción delicada y amarrada, muy amarrada a la vida por la lealtad. ¿Qué es la lealtad? ¿Por qué tenemos ese instinto que hemos convertido en uno de los pilares de la moral? Sin lealtad es posible que no existiera el amor y que se derrumbara la sociedad. ¿Hay lealtad a su alrededor? Muy poca. Eso asfixia. El amor es un tapiz de lealtad, cariño, pasión, orgullo, admiración, dulzura, valor. Esa labor de Penélope es un ingenio para no casarse con nadie, pero ¿es un ingenio? Su tejer y destejer simboliza, para mí, la duda. ¿Me caso? ¿No me caso? ¿Espero y muero en vida o no espero y me arrepiento? Y al mismo tiempo, ¿sabes lo que teje Penélope? Un sudario. El sudario para el rey Laertes (que por cierto, está vivo, ya es mala leche). Un tapiz que retrata el amor y que al mismo tiempo simboliza la muerte sólo puede ser símbolo de la vida. LA VIDA ¿No te parece que el tapiz de Penélope es su propia conciencia? A mi me lo parece. Penélope es una diosa en la tierra. En su isla. Sin arcanos, arquetipos, la esencia de la humanidad. Por eso me fascina la épica, porque no es ficción, es simbolismo del alma del hombre. Sus arquetipos, los arcanos, que son símbolos de emociones e instintos. Esas son las cosas que escribo. Por eso invento, corrijo la realidad, la concentro empleando el lenguaje poético, pero nunca, nunca, nunca escribo ficciones. La Penélope de mi ficción no tejerá un tapiz, escribirá sus emociones a lápiz.

jueves, 19 de noviembre de 2015

¡HABLAD, HIJOS, HABLAD!

Advertencia: Este no es un post contra la religión. Que el lector lo lea y no se pase de listo creyendo que digo lo que no digo, que te conozco, lector.

A mis hijos les encanta la física. Disfrutan haciendo experimentos y estudiando sobre todo aquello que tenga que ver con la fuerza de la gravedad, la química, las reacciones entre elementos, la electricidad, el magnetismo y los planetas. De las películas, les fascinan las armas y su funcionamiento y sobre todo, los explosivos. Entre las profesiones que el de 8 años baraja para su futuro están las de ingeniero, físico, boina verde y jefe de efectos especiales para el cine. Tiene muy clara la línea entre la ficción y la realidad y es un apasionado de todo. El otro día vimos una película muy violenta, no recuerdo cual, y le dije: “pero no hables de armamento en el cole, por favor, que ya sabes lo que pasa después”.  “Vale, mamá”, me dijo. ¿Por qué hice esto? Porque el buenismo es también una religión y ya hemos tenido algún un incidente. Voy a explicar el contexto, porque se entiende mejor sabiendo de dónde vengo.
Como a todos los niños del mundo, la sociedad me enseñó a ocultar la verdad, a no abrir el corazón, al pudor. La sociedad es lo que es y no puedo acusarla de no ser otra cosa, pero la realidad es que desde pequeña tuve que adaptar mi instinto de justicia y de verdad al contexto social. El contexto de mi España infantil era católico, post franquista, ñoño, ejemplarizante, negro. El de mi casa, era multicolor, divertido, sin misas ni avemarías, ni rosarios ni padrenuestros. Todo lo contrario. Cada mañana, cuando iba al colegio, yo no iba al colegio, iba al extranjero. A menudo cuento con mucha guasa (que es como yo cuento las cosas casi siempre menos hoy), que a los 8 años creyéndome adaptada, creyendo tener amigas íntimas, no pude más, no aguantaba con mi verdad interior, con mi extranjerismo, y le conté un secreto a la amiga del alma. Le dije que si le había sorprendido saber que Papá Noel no existía, le iba a sorprender muchísimo más saber que yo no creía en Dios. Cometí el mayor error de mi vida. Fue un antes y un después en mi vida escolar. Un antes y un después en mi vida. Deseé no haberlo dicho durante años, durante décadas. Aunque era un colegio público y bastante laico, allí se rezaba el Padre Nuestro (que yo murmuraba como buenamente podía porque como buena ciudadana de un país laico, mi casa, me lo sabía fatal). Había crucifijos en todas las clases y claro, nos santiguábamos. Así que cuando dije lo de Dios, cuando abrí mi alma cándida, no lo hice con total candor. Hubo un conocimiento de mi irreverencia, un no poder más con todo aquello, hubo un cierto orgullo por la verdad, un deseo de expresar lo que pensaba, lo que estaba reprimido, un deseo de explicar esa patria mía: que en mi casa creemos que Dios no existe o por lo menos, que mi familia no va a misa, no hace abluciones, cree en la pluralidad y en que otra gente tenga un Dios si le da la real gana y que nosotros creemos sobre todo también en otras cosas más extrañas, como la ilustración, la inclusión, la curiosidad. Quería vivir en la verdad. La otra niña quedó horrorizada por mi secreto. Como era de esperar, no se lo guardó dentro y a la primera oportunidad que tuvo, soltó la bomba: “Lea irá al infierno” Entiendo ahora que mi candor estuvo en no saber que la religión es un contexto, un aglutinante, una excusa para unir en la violencia. Durante días, me alejé de las otras niñas para evitar su acoso, pero encontraron como pasatiempo cogerme a traición y echarme arena por dentro de la ropa. Cualquier otra niña del patio tenía prohibido hablar conmigo, se me excluyó de los juegos, se multiplicaron las agresiones y el acoso. Fui escupida, empujada, odiada. Fui intensamente odiada. Yo era una niña más o menos feliz con mi patria secreta, dije que no creía en Dios y la felicidad terminó. Terminó la inocencia. Como la cosa fue muy seria, Doña Covadonga, que con el tiempo llegó a ser la directora del colegio y que me quería con locura a pesar de ser católica apostólica y romana, me protegió. Ella le explicó a mi madre lo que había pasado, me acogió bajo su ala y también le dijo: “Que no hable de Dios, que no diga nada de Dios porque las otras niñas la van a machacar.” Y esa fue la consigna, “no digas que no eres creyente”. Ya, ya sé que empecé hablando de mis hijos y de las armas y el pacifismo. Vuelvo a eso, que es el quid de la cuestión. Mi contexto tabú era la religión, el contexto tabú de nuestros hijos es el buenismo. El otro día, al ir a recoger a los niños del colegio, vi que tres chavales rodeaban a Michael en el césped del colegio. Le estaban insultando con una rabia y una seguridad apabullantes. ¡¿Pero qué has hecho, gilipollas?! ¡Estás loco, eres un hijoputa! ¡Eres idiota! ¡No, no soy idiota! Michael se encaró con ellos porque tiene el vulcanismo interior de sus padres y aquello estaba a punto de acabar en puñetazos. Hablo de niños de  8 años. No me gusta intervenir en las cosas de los hijos, pero aquello no tenía buen aspecto y me acerqué. Michael se defendía y ellos le gritaban.
-Chicos, ¿qué pasa? –les dije.
Uno de los niños, con cara de fanático, me dijo:
-¡Ha pisado una seta!
Efectivamente, en el suelo había uno de esos champiñones espontáneos que salen a veces en el césped. Michael lo había pisado.
-¿Estáis a punto de pegaros por una seta? -les dije.
-¡Lo que ha hecho está fatal! ¡Es destruir la naturaleza! ¡La seta es un ser vivo que tiene derecho a crecer y él la ha asesinado! 
Yo escuché lo que dijo este niño tan cabreado y sin embargo escuché: “¡Dios te matará esta noche mientras duermes por negar que existe y los demonios te llevarán al infierno!”

Puse paz, los calmé y les expliqué que el césped que se corta cada semana, que recibe herbicidas contra las malas hierbas y que está sembrado por el hombre… no es la naturaleza y que esa seta, si no la aplasta Michael la habría aplastado el jardinero… Pero claro… esa discusión no era sobre la naturaleza. Yo lo sé. Nunca fue sobre esa seta igual que cuando las niñas se ensañaron conmigo con la excusa de Dios y los infiernos no se ensañaban conmigo por no creer en Dios. La discusión no es sobre Dios ni sobre el buenismo, los hooligans no se matan por el fútbol. Esa discusión es la del grupo salvaje siendo salvaje bajo el paraguas que esté de moda. El grupo hace piña contra la diferencia usando la voz común: “paz, amor, el Atleti, protección a los animales, Alá, el buenismo o el malismo” para llevar a cabo su agresión. El contexto es excusa. Y el contexto predominante, el buenismo, me hizo decirle a mi hijo mayor: 
-cariño, no hables de armamento en el colegio, porque mira la que se lía por pisar una seta. Después recapacité:
-¿Sabes qué? … Habla de lo que te dé la gana siempre y cuando no sea para hacer daño a los demás. Hablad, hijos, hablad. Que nada os coma por dentro.

sábado, 7 de noviembre de 2015

LA PIRÁMIDE DE LA ESPERANZA

Un día haré un documental a lo "Bowling for Columbine" sobre los medicamentos falsos. Lo haré, lo sé. Me caracterizaré de enferma de cáncer y me haré con el expediente de una voluntaria, alguna amiga que haya pasado por algo tan terrible y que quiera colaborar en desenmascarar a esta gentuza. Me haré, sí, con una terrible mamografía y con un tac y un pet y una anatomía patológica y me presentaré con cámara oculta en la consulta del Dr. Moriano y de otros como él, tipejos con título de medicina que forman parte de un gran timo piramidal. Hablaré de su máquina de ondas, de su consulta llena de asistentes, de los cursos y congresos que organizan para captar almás cándidas que ejerzan de "evangelistas" en centros Zen, centros de coaching y herbolarios. Contaré como una de las ayudantes de este Moriano nos dijo a mi marido y a mí sin sombra de rubor que compráramos un producto natural llamado Birm. El Birm estabilizará tu enfermedad, dijo la tía, apoyando su entusiasmo con esta frase: "si tomas eso no te vas a morir. No te morirás, te lo aseguro. Mi padre tenía un PSA de 300, lo empezó a tomar y su PSA está en 0 desde hace años, pero es que a las farmacéuticas no les interesa que se conozca" (el PSA es el marcador del cáncer de próstata). Mi marido murió. El Birm, producto milagroso que toman decenas de miles de españoles condenados a muerte, cuesta la friolera de 400 euros al mes y se vende en determinados herbolarios -yo me sé cuales- sin factura y al contado. El milagroso Birm, yo imagino, es agua de borrajas con angostura. Es tan milagroso como los milagros: es decir, una mentira, una estafa. Es un producto de tantos productos llamados "complementos alimenticios" que enriquecen las redes de estafadores que adorados por sus acólitos, viven en la ficción de que ayudan a la humanidad. De verdad estos tipos se creen que están ayudando al prójimo. Analicemos el Birm para mi documental. Me gustaría mucho saber qué tiene dentro esa botella de Fierabrás.
Puedo hablar también de la charlatanería disfrazada de ciencia de tantos médicos/homeópatas que colgaron un título de medicina general sin especialidad en una pared y que van a todos los simposios homeopáticos y a todos los cursillos estupendos. Estos "médicos" saben leer una radiografía o el escáner de un enfermo de cáncer para dar el pego y son amabilísimos y bellísimas personas y te escuchan y te dan la ternura que no se encuentra en la Seguridad Social, pero luego van los tíos y miran una gota de sangre en un microscopio y de ese examen visual te sacan hasta el exceso de hierro y el colesterol malo como quién lee los posos del te y se te caen todos los palos del sombrajo. Puedo hablar de cómo estás "bellísimas personas" se aprovechan de la más terrible desgracia para convertirse en clavo ardiendo, en clavo que parece frío, en clavo que te clava para enriquecerse. Puedo hablar de cómo yo siempre supe de su falsedad porque dominaba la enfermedad de mi marido mejor que su oncólogo, porque conocía cada mancha de su PET mil veces leído y manoseado, cada dosis de su tratamiento, su patología, su estadio y su esperanza de vida como si yo se la fuera a salvar. A mí no me la daban estos porque en su verborrea sin especialidad siempre metían la pata en algo... y sin embargo, ahí estaba yo, callando y comprando Birm y homeopatía y cápsulas de palmito y cúrcuma y su puta madre.
Hoy viene a cuento el pensamiento de este documental para el que ya voy pidiendo ayuda, porque me envía la farmacia de mi barrio, (una tienda que vende más homeopatía que medicamentos de verdad) una oferta para que me haga un test de intolerancia alimentaria por la módica suma de 60 euros "según la técnica de bioelectroscopia" (sic). Tengo amigos que se han hecho este test y que han cambiado su dieta de arriba abajo y que juran sentirse mejor. Yo sé que es mentira. Puro placebo falso y cabrón. Un placebo, además, altamente peligroso porque juega con la nutrición. Bioelectroscopia. Madre mía. Reconozco la jerga y vuelvo a aquellos días fatídicos de la esperanza que nunca se pierde. Nunca olvidaré la historia con la que nos recibió Moriano en su extrañísima consulta-púlpito de Argüelles. Esto fue lo que nos dijo: "una vez, los científicos pusieron una rata en un balde de agua y la dejaron nadando. Al cabo de una hora, la rata se cansó y se ahogó. Después, los científicos pusieron otra rata en el agua y cuando estaba a punto de ahogarse, la sacaron. Al día siguiente volvieron a meter la rata a la que habían salvado en el agua y la dejaron de nuevo en el balde para ver cuánto aguantaba. Sobrevivió catorce horas porque tenía esperanza. Esperanza de ser salvada". La esperanza... Qué cabrones los que se enriquecen en pirámides a costa de la esencia más animal de nuestro instinto. Hay que saber dónde demonios poner la esperanza porque juegan con nuestra esperanza a los chinos y con una baza de órdago: nuestra incapacidad de creer en tanta maldad. Bioelectroscopia en tu farmacia de confianza, su puta madre. Te dicen que eres intolerante al gluten o a la lactosa o a mil cosas y te cambian la dieta y te recomiendan determinados suplementos de farmacia carísimos y todos, oye, hasta el majadero que hace el test y que sólo es un apóstol de la base piramidal, se creen la mentira. No hay nada más dañino, más enfermo, más repugnante que la gente que juega con la salud. Ya, ya sé que este comercio piramidal es una plaga imposible de erradicar porque los propios enfermos están enganchados, pero es una plaga que merece, al menos, un demoledor documental.  

jueves, 29 de octubre de 2015

"NO TE VAYAS SIN DECIRME ADIÓS"

Tuve una infancia literaria. Nací, como hace todo el mundo, y del hospital me llevaron a un piso cerca de la ribera del Manzanares que estaba lleno de libros. Las librerías color cereza aún forran toda la casa y desarrollé en ese hogar de mis primeros veinte años una explosiva alergia a los ácaros del polvo.
De 1972 a 1975 empecé a tener uso de razón y hasta una cierta capacidad de memoria permanente. Mi padre era lo que hoy llaman ejecutivo de TV (aunque nada que ver) y se convirtió en lo que en aquella época llamaban "Jefe de dramáticos y culturales de TVE". Su departamento se ocupó de poner en marcha series como Los Pícaros, adaptaciones literarias de las mejores obras de Tomas Mann, de Valle-Inclán, de Chéjov. TVE hizo aquella joya: "La Cabina", con dirección de Antonio Mercero y guión de Jose Luis Garci. Se puso en marcha "El hombre y la tierra" que duró media vida y "Curro Jiménez", que era fabulosa. El modelo televisivo de esos pocos años fue el que mi padre admiraba: la BBC. Después de aquello, en 1976, un jefazo le preguntó por un pasillo si él sabía quién podía hacer un programa de libros. Mi padre no lo dudó y respondió: yo. Yo lo haré. Así empezó "Encuentros con las artes y las letras" que un año más tarde se convertiría en "Encuentros con las letras". Yo tenía 6 años. Cuando terminó Encuentros, al fin de la transición, yo tenía 12 años. Encuentros fue mi infancia. Mi patria es mi infancia. Encuentros es un país que he visitado regularmente durante toda la vida y que unió para siempre en mí alma dos conceptos que normalmente no van unidos: literatura y televisión. Soy profundamente televisiva y necesariamente literaria. Esto se lo debo a mis padres, los dos, que sin saberlo, criándome entre cámaras y voces culturales, me han dado, digamos que por ósmosis, una profesión y una forma de vivir, porque la cultura es una vida. Cultura es un contexto. Cultura es un mapa y una red. Cultura es un lugar lleno de interés.
"Encuentros" duró cinco años, de 1976 a 1982. El propio director del programa decía esto con motivo del programa 200:

CARLOS VÉLEZ. El País, 1 de mayo 1980: "Durante estos doscientos programas pasaron por Encuentros más de mil autores, con una media de treinta minutos por intervención y el 90% de ellos en una sola ocasión." La cultura no tiene por qué ser contada con chistes y chascarrillos. Algunos pretenden que seamos más divertidos. Divertidos tienen que ser los programas humorísticos o similares. Intentar casar la risa con la cultura es la causa de que TVE se caracterice por la superficialidad que afecta a la mayoría de sus programas. Un programa de estas características tampoco tiene que ser un escaparate con libros, para eso ya están las librerías". (Artículo firmado por Pérez Ornia, con motivo de la emisión del programa número 200 de Encuentros).

Hace poco me preguntaba mi querida Anna Maria Iglesia qué es para mi la cultura. Como ya lo he contestado, no voy a repetirlo aquí, pero sí voy a decir lo que creo que debería ser la cultura en TVE, que es nuestra cadena pública sin publicidad. Debe ser lo que nunca ha sido, lo que nunca fue -con la excepción de algunos programas-milagro de debate o entrevistas que se han convertido en míticos por el placer y la transmisión de pasión que daban al público más insospechado. Programas que fomentaban la cultura no mostrando la última representación teatral o el último libro de un autor famoso, sino mostrando a varios hombres y mujeres enamorados de los libros hablando y debatiendo, diseccionando y profundizando en su pasión. Yo entrevisté a mi padre muchas veces sobre aquello. Era mi infancia y me obsesionaba y preparaba un libro. Este fue uno de nuestros diálogos al respecto de la cultura en TVE:

CARLOS VÉLEZ: Lo malo es que en esto de la cultura, los que acosan, los que más vocean, son los detractores. Daba igual que fuéramos a París a ver a Marguerite Duras, que trajéramos a Juan Larrea del exilio o que viniese Günter Grass. Me decían que era un programa muy serio y yo les pedía más presupuesto para salir, hacer entrevistas fuera. Así es como lo hacíamos al principio. Eran monográficos con más salidas, con reportajes, muy periodístico, pero eso era caro y nos empezaron a recortar y a recortar. Luego, me criticaban que era muy estático, lo de las mesas redondas. Les decía que lo veían dos millones de personas. Que era necesario. Que la sabiduría de los humanistas, ensayistas, intelectuales debía llegar a todas partes y haber debate. Les decía: ¿qué catedrático, qué profesor de facultad, qué genio de las letras tiene la oportunidad de hablar ante dos millones de alumnos de una sentada? Y aún más: ¿qué catedrático de universidad tiene dos millones de alumnos en toda su vida?  Fomentar la cultura no es decirle a la gente que vaya al teatro, no es poner en un escaparate la portada de un libro, es hacer que les apetezca ir al teatro, leer el libro, comprar el disco, mirar el cuadro. Fomentar la cultura es que haya alguien que lo cuente con entusiasmo, porque lo vive honestamente, y les contagie ese entusiasmo. ¡Pero qué cojones! Yo no quería fomentar la cultura, quería vivirla. ¡Vivirla! No hay mayor placer intelectual que compartir el gusto por la reflexión sobre los temas del hombre. Vivir la cultura en todas sus versiones es la verdadera democracia.
LEA VÉLEZ: ¿Y tú qué decías a lo de que era un programa muy serio?
CARLOS VÉLEZ: Que sí, claro. Que tenían razón. (Risas)

A mi padre lo saludaban en todas las librerías donde entraba, en Madrid o en Barcelona, en cualquier pueblo perdido por el que pasábamos en alguno de nuestros viajes. Esto, ya digo que me resultaba raro, pero no lo suficientemente extraño como para preguntar: "papá... Estos tíos... ¿Por qué te saludan tan efusivos?" Aunque yo sabía que mi padre salía por televisión, era pequeña, casi nunca veía el programa y no asociaba que él saliera por la tele a la idea de que millones de personas le vieran cada semana. A pesar de todos los libros que le llegaban a casa -envíos de las editoriales con las novedades- papá visitaba varias librerías por semana y compraba. (Siempre compró libros, todas las semanas, incluso cuando ya había dejado de leerlos). Los libros de los que se hablaba en el programa a menudo agotaban sus primeras ediciones. Los libreros lo sabían, los colocaban en lugar preferente o veían Encuentros con lápiz y papel, preparados para la avalancha de compradores que llegarían en días sucesivos sin recordar el título, pero que enseguida serían orientados con perspicacia en la búsqueda de la última novedad editorial. ¿No sería una bendición que hubiera un programa así hoy día? Lo que más me gusta al escuchar las cintas de Encuentros (tengo cintas, sí) es reconocer la personalidad de mi padre en la línea editorial, en la pluralidad, en la irreverencia, en la peculiaridad. Todo lo que se dice, se ha dicho también en casa. Encuentros con las letras era a mi padre lo que la obra a un autor. Un reflejo de su vida. Una biografía fragmentada. "La política", lo diré así en genérico, arremetió contra su peculiaridad, contra "estos señores que se miran el ombligo hablando de Suetonio, de Montaigne o de estilística, pensando que un programa de libros que funcione lo hace cualquiera y "la política" (enorme sombrero bajo el que en realidad hay sólo unos pocos mediocres) se cargó el único programa que verdaderamente ha ayudado a propagar y a prosperar el negocio editorial y el "negocio" de escribir.
El día en que se presentaba mi novela más personal, El jardín de la memoria (Galaxia Gutenberg) mi padre le dijo a mi madre que se sentía mal, que se iba a meter de nuevo en la cama, que le avisara antes de que marcharse a la presentación de mi libro (él no pensaba ir porque no iba nunca a esas "cosas comerciales").  Posó la cabeza en la almohada y antes de cerrar los ojos le dijo a mi madre: "No te vayas sin decirme adiós". Después murió. Así fue como la presentación comercial del libro de su hija se trocó en reunión de amigos literarios en el velatorio de un hombre que se dejó la piel por incluir todas las voces culturales de la transición y desmitificar el mundo del libro.
"No te vayas sin decirme adiós". Yo no soy de las que se toman a la ligera estas cosas, estas casualidades, las últimas palabras de nadie. Aún sigo reflexionando. Aún sigo tratando de analizar su significado. Aún sigo buscando. Por eso escribimos, creo. Por eso leemos. Por eso miramos hacia las estrellas.

jueves, 24 de septiembre de 2015

PATRIA Y FAMILIA


Me paso el día matando clichés. Es un deporte en el que me inició mi padre desde muy pequeña. Cuando el señor Vélez escuchaba a un español decir "malditos gabachos" (muchos españoles tienen la puñetera manía de meterse con los franceses) él sacaba a pasear el anecdotario. Ponía de ejemplo lo de aquella vez, allá por el 73, en que muy perdidos le pidieron direcciones a una pareja cerca de Tours y estos franceses, amabilísimos, les hicieron seguirles durante una hora desviándose de su camino. Después de esta anécdota, mi madre le quitaba la palabra -todas las familias tienen estas continuidades- y nos contaba lo de esa otra ocasión en París, el día en que desayunaron con el titular de Le Monde "Franco est mort". Al parecer, salieron a pasear y se encontraron con una manifestación en los Campos Elíseos en favor de la democracia española. Mi madre, llena de emoción por el gesto francés, se tuvo que sentar en la acera a llorar.
Cuando un madridista (mi padre era muy forofo del Madrid y del fútbol en todas sus versiones y divisiones) se alegraba de que el Barça perdiese y cayera eliminado en competición europea, mi padre se cogía tremendo cabreo. No soportaba el cerrilismo. Era un hombre del deporte. Aficionado a todos los deportes. Campeón de natación allá por el año 50. Hijo de nadador, hermano de nadadores, padre de nadadores. El divertido pater familias de casa, en su amor por todos los deportes y sobre todo por el fútbol, soñaba con finales de Eurocopa entre los mejores equipos españoles. "¿Qué clase de tonto-bobo aficionado a un deporte se alegra de que un equipo de su propio país caiga eliminado?", decía con una mezcla de simple sentido común y apasionado orgullo patrio. Él siempre fue un amante de la cultura catalana, de la cultura francesa, de la cultura gallega, de la cultura castellana y de la cultura italiana, y lo habría sido de la rumana si alguna vez hubiese visitado Rumanía porque como buen hombre de letras, se sentía unido etimológicamente a todos los ciudadanos romances. Mi padre me explicaba siempre la raíz de cada palabra. No es de extrañar. La única lengua "extranjera" que dominaba mi padre y que había estudiado en profundidad, era el latín. El griego, decía, se le había olvidado, pero el latín no lo olvida un poeta y ya de niño declinaba la palabra "patria" divinamente. Mi padre tenía tantas visiones de una sola palabra, por ejemplo "patria", porque había estudiado en un seminario y era ateo y había jugado al fútbol con otros niños del internado, en la playa de Comillas, vestido con sotana. Sí, con sotana. Los niños internos en el seminario vestían sotana de cura, como sacados de una película de Louis Malle y daban patadas al balón arremangándose las faldas. ¿Cómo se puede ser del Madrid y odiar al Barça o cualquier otro equipo o cualquier cosa después de eso? Así que ya digo, yo desde pequeña vengo matando clichés por pura herencia  de padre, porque copiamos el ejemplo, porque lo asumimos, porque interiorizamos el antídoto al prejuicio. El mérito no es mío, es de mi padre que siempre me dijo: cliché-malo, pensamiento poliédrico-bueno. Más sentido común. Necesitamos demoledor, simple, sentido común. Ahora hay españoles catalanes que se quejan de que los hemos maltratado y hay españoles de otras provincias que se ofenden muchísimo y que dicen que de eso nanai, que los hemos querido como hermanos. Luego están los españoles despreciativos, cansados, con miedo, que dicen: "que se vayan de una vez, que me tienen harto" (estos últimos son los que dejan de hablarse con su hermano, se juntan con él a cenar en Navidad y acaba la fiesta a puñetazos). Y luego estoy yo, y muchísima gente como yo, porque digo yo que habrá muchos como yo. No tengo la arrogancia de creerme única y habrá más hijos de niños que jugaron al fútbol en el año 1941 en la playa de Comillas vestidos con sotana... o similar. La gente que como yo pensamos que ya está bien de verdades a medias, de demagogia, de clichés porque el ambiente está contaminado.
Hace año y medio, cambié a mis hijos de colegio. Lo veía muy lleno de clichés. Los padres se ofendían por juegos inocentes tomando la parte por el todo, la inteligencia y la diferencia no eran bien recibidas, la ñoñería campaba a sus anchas, los niños volvían a casa preguntándome si su padre muerto estaba sentado en una nube, en fin, no entraré en más detalles. La cosa es que los cambié. Richard tenía 4 años y se quedó conmigo en una salita del colegio, esperando mientras rellenaban unos papeles. En la pared había un mapa político de España y sucedió esto:
-¿Qué es eso, mamá?
-Un mapa de todas las provincias de España y sus comunidades autónomas. Se llama mapa político porque vienen los nombres de todas las regiones, ¿ves? Ahí está Galicia, Ahí está Andalucía, esta de aquí es Cataluña...
El niño miró muy indignado y replicó:
-¿Cataluña? ¿Cataluña? ¡A mí no me gusta Cataluña!
Quedé muda. Sobrecogida. ¿Toda la vida matando clichés para esto?
Sabemos cual es el debate. Los votantes saben bien lo que van a votar. Se han dicho cosas desde casi todos los ángulos. Han hablado los catalanes que se siente españoles, los catalanes que jamás se sintieron españoles, los españoles que viven en Cataluña, los españoles que niegan que nunca se les haya maltratado, los historiadores catalanes, los escritores catalanes que escriben en castellano y los escritores que se ven forzados a escribir aunque no quieran. Lo que no he oído todavía es a ningún castellano, madrileño o andaluz o español de Cataluña para acá, decir que el prejuicio contra los catalanes es una realidad nacional, como lo ha sido siempre el prejuicio contra los andaluces, los vascos, los gallegos, los madrileños o el prejuicio de los de un pueblo contra el pueblo de al lado. Imagino ahora a otro niño mirando el mapa en algún colegio catalán. Lo veo preguntando lo mismo que preguntó el mío y su padre diciendo, esto es un mapa, aquí está Cataluña y esta parte es España. Imagino a ese niño diciendo con total inocencia: "¿España, España? A mí no me gusta España." Y no, yo no me paso el día matando clichés para esto... Y sin embargo... orgullo patrio. ¿Es un cliché el orgullo patrio? A veces se despierta el orgullo patrio y me pongo furibunda, como se ponía mi padre. Luego me calmo y cuando el mal se me pasa, no veo la patria en un país, la veo en su etimología.  Me convierto en mi propio padre. Soy la mater familias. Incluso escucho otra conversación infantil:
-Mamá, ¿qué significa "madre patria"?
-Es una expresión coloquial para hablar de la patria. El lugar en el que hemos nacido o al que nos sentimos vinculados por cercanía, cultura o familia. Viene de pater. Padre en latín. De ahí que en otros idiomas se diga father, padre, pai, pare, père...
-¿Entonces, patria significa "padre"?
-No para todo el mundo. Pero para mi... creo que sí.
-Mamá, pues si patria significa padre, la madre patria debería de significar "familia" en latín.