miércoles, 2 de marzo de 2016

¿CÓMO SE TE OCURRE UNA NOVELA?



El otro día llevé a mi hijo de 6 años a un cumpleaños de esos en los que a las niñas las disfrazan de princesas y a los niños de cualquier otra cosa -parece ser que los niños no necesitan ser princesas para divertirse- y me quedé por allí con las otras madres -siempre son madres-. Una de ellas, que es nueva, tenía el entusiasmo de la novedad. Otra de ellas, que no lo es, sabe que escribo y me preguntó si este año iría a firmar a la feria del Libro porque no quiere perdérselo con su hija mayor, que es aspirante a escritora. La nueva madre, al enterarse de que me dedico a la literatura, abrió mucho los ojos y posando su mano abierta en mi tenso brazo me dijo: "oye, siempre me lo he preguntado y ya que te tengo aquí… dime una cosa ¿cómo se le ocurre a un novelista una novela?". Mi expresión desorientada provocó una aclaración a su pregunta: "quiero decir, que vas y piensas... mira, pues voy a escribir esta novela, oye... ¿y vas y la escribes?”.

Debo aclarar que mi cerebro nunca está en reposo. Me pasa desde pequeña y es un verdadero incordio. No hay pastillas para esto del cerebro pensante. Si las hubiera, las tomaría antes de ir a los cumpleaños de mis hijos, de la misma manera que los que se marean en un coche, siempre se zampan una biodramina antes de viajar. Pero no hay pastillas para las preguntas mortales. Así que lo primero que hizo mi cerebro fue analizar qué tipo de respuesta debía dar. ¿Corta o larga? ¿Elaborada o simple? ¿Ingeniosa o por salir del paso?  Para eso, se lanzó  mi cerebro en una abrupta y alocada reflexión analítica sobre la preguntadora. Mis ojos escrutaron su rostro, su ropa, sus uñas, sus zapatos, su peinado. Mi cerebro llegó a la conclusión de que se trataba de una mujer de clase media, de buen nivel adquisitivo, con estudios universitarios, viajada –hablaba mucho de su vida en USA-. Como mi cerebro recibía señales cruzadas me dijo:
-¿A qué se puede dedicar esta tía?
-Imposible adivinar, querido cerebro –le respondo.
-Arquitecta no es; periodista, imposible; gestora cultural, tachado; profesora, nope… Dios mío, no quiero caer en el cliché, pero sin duda esta mujer es…
-I know, cerebro, esta mujer, sin duda… trabaja en un banco.
-Horror.
-Puede que incluso trabaje en el Banco de Santander.
-¿Por qué me tenía que tocar una bancaria? Las bancarias son las más difíciles. ¿Qué le respondo, cerebro? ¿Qué le digo a esta bancaria sobre cómo se “me ocurre” una novela? Tengo muchos prejuicios contra las bancarias.
-Puf, no tengo ni idea, igual metes la pata. Tú eres sarcástica hasta cuando tratas de ser amable.
-Por eso lo digo.
-Mira, mira esa otra madre, la pelirroja esa que te odia. Ya huele la sangre. No le des motivos.
-Ya, ya. Si pienso ser amable. Estoy decidida a encajar.

Observo a las madres de las demás princesas para tomar aliento. Tienen sus ocho miradas y sus dieciséis orejas felinas clavadas en mí. Cómo me gustaría ser una más, ser bancaria por un día y trabajar en el Banco de Santander con mi sueldito todos los meses, mi rutina, mi tribu. Cómo me gustaría no tener que enfrentarme a preguntas sobre “de dónde salen las novelas” o “cómo se me ocurren los personajes”. Nadie les pregunta a las bancarias si pierden billetes de cincuenta euros o si se les atasca la caja fuerte día sí, día también. No es la primera vez que me pasa lo de las preguntas difíciles. Había olvidado por qué nunca voy a los cumpleaños. Había olvidado que detrás de esa pregunta vendrá la de: “Ah, eres escritora ¿Y de qué va tu novela?” ¡Dios! Si respondo a esta, el “de qué va” vendrá después, igual que el trueno llega, indefectiblemente atronador después del rayo, a no ser que seas sordo en cuyo caso el trueno te da completamente igual. Si utilizo la estratagema de otras veces e inicio una conversación amena para entretenerme yo, me lo reprocharán, porque ya has aprendido, Lea, que en los cumpleaños están vetadas las conversaciones amenas. Es obligatorio que nadie sea el centro de atención. Me miran. ¿Dónde está esa pastilla? No hay escapatoria. Sale una monitora disfrazada de paje. Las princesas siguen dentro, con diademas de plástico, maillots plateados y tutús rosa. La monitora en realidad parece la sota de copas porque nos trae unas coca-colas en una bandeja. Bebo. Me anima ver alguien está peor que yo.
-Dime, cerebro… ¿Realmente, a estas personas les interesa algo de lo que preguntan?
-¡Qué va! Son preguntas reflejo. Son preguntas que se hacen sin más ni más.
-¿Para rellenar los silencios?
-Exacto. La prueba es que las preguntas de los adultos suelen ser inútiles.
-Esta mañana el de 8 me preguntó que cómo es posible que el agua se expanda al congelarse cuando todo lo demás se contrae con el frío.
-Eso sí que es una pregunta que mola responder. Mola saber que el que pregunta, pregunta porque lo necesita.
-Ya te digo.
-¿Y qué vas a hacer con la bancaria?

Las miro. La pelirroja que me odia tiene sus pupilas dilatadas. Siempre está en desacuerdo con todo lo que digo acerca de mis hijos, de los hijos, de la educación de los hijos, de la música moderna, del sofrito, de la cebolla en la tortilla o del bien y del mal. Los depredadores, pienso, dilatan las pupilas antes de cazar. Yo ya sé que la pelirroja odia todo lo que tengo que decir antes de que lo piense y antes de que lo diga. Tiene los ojos negros por culpa de tanta pupila.
-Esa madre, la pelirroja, me está esperando, ¿verdad cerebro?
-No te quepa duda.
-¿Y qué hago? ¡Algo tengo que decir! ¿Me levanto y me voy? ¿Les explico que a los escritores nos jode muchísimo que nos hagan estas preguntas? ¡¿Cómo coño se me ocurre una novela?! ¿Por qué tuve que leer a Kafka? ¡Luego se sorprenden de que bebamos!
-¡Y yo qué sé! ¡Calma!
-No, no me calmo… ¿Cómo es posible que se critique a los niños pequeños constantemente por ser molestos, por hacer ruido en los bares y sin embargo, nadie critique a otro adulto por preguntar gilipolleces? Esto es como si yo me acerco a Norman Foster y le digo: “ya que le tengo a mano, Sir Norman, verá, yo siempre he querido saber… ¿cómo se le ocurre a usted un edificio?”
-Te estás cabreando. Esto acabará mal.
-Pero si es que sólo tengo unas décimas de segundo para no cagarla delante de ocho madres que desean mi muerte fulminarme, que me quieren seca en el sitio mientras piensan: pues no le veo yo la inteligencia a esta mujer, ni el glamur, ni nada. ¿Qué demonios escribe que no sabe ni responder cómo se le ocurre lo que escribe? Tuve que quedarme en casa.
-Ya sabías cuando viniste que la gente pregunta sin pensar en lo que pregunta.
-Y no es justo, porque yo siempre pienso muy largamente lo que respondo.
-Quizá puedas evitar la respuesta completamente.
-Puedo decir que no la he entendido.
-Entonces parecerás tonta. No te gusta pasar por tonta.
-Nada. No me gusta nada. Antes muerta que pasar por tonta. Sobre todo delante de esa, la pelirroja que pondrá cara de: “pues vaya con la escritora”, aliviada al fin de poder contraer sus enormes pupilas negras. A la mierda con todo, cerebro, ¿de verdad se merece esta bancaria una respuesta bien pensada y bien razonada?
-Para nada. No gastes tu tiempo.
-¿Y qué digo?
-Escribir una novela es un proceso muy largo que empieza por un sentimiento. El sentimiento es tan fuerte, que se convierte en algo que hay que decir.
-Me van a odiar.
-Asúmelo. Eres escritora. Ya te odian.
-Gracias, cerebro.



domingo, 21 de febrero de 2016

PARECES MAS JOVEN

Salgo con un hombre. Nos divertimos, nos reímos, él es atractivo, yo más, lo pasamos bien, hacemos juegos de palabras comparando inteligencias y tal. En un momento de entusiasmo me dice con mirada ilusionada:
-Pareces mucho más joven.
Yo sonrío y me pregunto si debo iniciar este diálogo o callármelo:
-¿Más joven que quién?
-Que la edad que tienes.
-¿Y con qué persona de 45 años me estas comparando?
-Quiero decir que si yo no supiera los años que tienes, te echaría muchos menos años.
-¿Y cuantos me echarías? ¿42? ¿40?
-Menos.
-¿Sabes qué pasa? Que a lo mejor soy la única persona de 45 años en el mundo que aparenta 45 años pero tú nunca has conocido a nadie que los aparente bien. A lo mejor aparento 50 años de espíritu jovial. A lo mejor no me estás mirando con lo que hay que mirar.
-Era un piropo.
-No, un piropo es decir: qué guapa eres, qué ojazos tienes, quė monas y redondeadas son tus orejas, que parecen hechas de buen cartílago, un cartílago fuerte y delicado. Que nuestro primer piropo, querido, venga a cuento de mi juventud o de mi poca juventud no es un piropo. De hecho, es las antípodas del piropo. No porque me ofenda -que ya puestos también me ofende, aunque me ofende por razones ajenas a la edad que no sé si entenderías-, sino porque te retrata. A mi me interesan mucho los hombres que dicen lo último que piensan y me interesan más bien poco las personas, hombres incluídos, que sueltan por la boca lo primero que les viene a la cabeza. Tu comentario "pareces más joven" surge de una mentalidad burguesa y cuadriculada y mi sonrisa helada surge de un espíritu libre y bohemio que se fascina de tu mentalidad, que por otra parte, es la norma. Te voy a decir lo que ha pasado por tu mente para decir esa frase. Te vas a quedar de piedra de todo lo que soy capaz de adivinar con una sola frase: resulta que hoy has salido con una mujer atractiva y divertida, una mujer que no tiene problemas ni cargas, una mujer libre de las esclavitudes de las mujeres que es muy graciosa y que tiene talento... pero en tu mente está esa cifra... 45 y piensas: "puf..." Y te dices a ti mismo: "La preferiría de 35, pero la verdad es que es tan ingeniosa, tan jovial, tan desenfadada que la tía parece que tuviera 35. Me gusta. Me gusta esta mujer. Sí, aparenta 35. Es increíble. Qué bien me siento a su lado. Ya no es obstáculo su edad... Parece que me sirve, qué alivio, a pesar de que no tiene 35 sino 45". ¿He acertado?.
-No te quería ofender, pero sí, has acertado en todo.
-¿A que ya no te parezco más joven? ¿a que ahora te parezco una anciana? Tengo la sabiduría de Leah, la primera mujer de Jacob. La sabiduría de todas las tribus de Egipto. No parezco más joven, ni más vieja, ni parezco, ni soy una niña, no parezco nada en comparación con nadie porque mi edad es irrelevante. Siempre lo ha sido. Siempre fui adulta, desde muy pequeña. Siempre he sido joven, desde muy mayor. Esto es porque sólo hay una Lea González-Vélez Martín en todo el mundo. Soy incomparable. Lea tiene todas las edades.

jueves, 28 de enero de 2016

UN CABREO SUPERDOTADO

Hoy me he cabreado con la actitud un tanto corporativista de la enseñanza hacia los niños de Altas Capacidades. De puertas para afuera, todo el mundo está por la inclusión pero de puertas para adentro, no se hace nada útil por los niños veloces de mente, con una capacidad de reflexión mayor a sus iguales, con más imaginación y en general, con muchas más ganas de aprender. Como me he cabreado, he colgado esto en mi muro de FB y Eduardo Laporte, que es un cielo, me dice que lo ponga en el blog para retuitearlo por doquier así que ahí va el texto de mi muro:
"Al que le molesten los comentarios que pongo sobre mis hijos y sobre las Altas Capacidades y el trato que la enseñanza pública da de ellas, puede perfectamente dejar de seguirme, porque verdaderamente es un tema que se me clava en la carne y con el que tengo ideas muy claras. Estoy hasta las narices de gente que sabe más que yo de este tema. Que sabe más de acoso escolar sin haberlo sufrido, que sabe más de la culpa temprana por no ser capaz, NO SER CAPAZ FÍSICAMENTE, de hacer tareas repetitivas, como escribir la letra L 80 veces o de hacer DEBERES que incluyen la frase PILAR PELA EL POMELO cuando tú quieres saber de qué está hecho el sol. EL SOL. Estoy hasta las narices de que TODOS los profesores se pongan a la defensiva y se defiendan entre ellos cuando todos, TODOS los profesores TE MIRAN COMO SI FUERAS IMBÉCIL cuando dices que tu hijo sabe sumar con 11 meses, te pregunta con 3 años sobre la combustión en el espacio y sin embargo es obligado a colorear osos panda de color rosa durante horas porque el sistema dicta que es LO QUE TOCA. Estoy cansada de tratar de expresar con una sonrisa LA LUCHA que es enterarse, sólo ENTERARSE de qué dice la ley con respecto a la superdotación y AACC (altas capacidades) porque la mayoría de los docentes NO CONOCEN LA LEY y por tanto NO LA APLICAN sobre todo en casos de atención temprana. Estoy hartita de decir que los niños superdotados NO TOCAN EL PIANO COMO MOZART, son como cualquier otro niño en el colegio porque a los 3, 4, 5, 6 años se tiene potencial, no conocimientos y sus conocimientos se valoran por escrito, cosa que un niño de 3, 4, 5, 6 años NO PUEDE HACER PORQUE NO SABE ESCRIBIR. A estos niños no se les da la oportunidad de demostrar lo que saben puesto que este país VALORA LOS CONOCIMIENTOS POR ESCRITO Y NO EL POTENCIAL. Es también una falacia pensar que los superdotados SABEN ESCRIBIR ANTES. ¡NO SABEN! En general ODIAN EL LÁPIZ. Harta estoy, muy harta de saber que cientos de miles de padres nunca sospecharán que su hijo es de Altas capacidades porque no lo ven en plan Mozart o Picasso. Que POR CONTRA, pensará que es UN VAGO REDOMADO porque no le gusta el colegio y suspenderá y repetirá y acabará sintiéndose un fracasado. Cansada hasta la médula de saber que estamos SOLOS contra un sistema enquistado, pero no, oye, la enseñanza pública es lo mejor. Hasta el moño de que nadie sepa que un niño de Altas Capacidades NO ES EL PITAGORÍN DE LA CLASE, ES EL REPETIDOR. La enseñanza pública será genial para muchos, pero para los alumnos de AACC (las puñeteros siglas de Altas Capacidades) a día de hoy, en la Comunidad de Madrid, LA ENSEÑANZA PÚBLICA NO ES LO MEJOR. LO MEJOR ES: UNA MADRE que encuentre el lugar y que luche y que ponga mensajes como este y que hable cada tres meses con sus profesores para recordarles las tácticas de motivación que constantemente se les olvida aplicar, porque SER SUPERDOTADO EN ESPAÑA es UN PROBLEMA TENEBROSO. Los niños NO FRACASAN en los estudios, somos nosotros, como sociedad, quienes FRACASAMOS CONSTANTEMENTE CON ELLOS.

ESTUVE CASADA 16 AÑOS CON UNO DE LOS MEJORES PROFESORES DE ESTE PAÍS. CUANDO MURIÓ, RECIBÍ MÁS DE DOSCIENTOS EMOCIONANTES EMAILS DE TODO EL MUNDO DE EX ALUMNOS QUE SE HABÍAN ENTERADO POR SU ANTIGUO COLEGIO Y QUE ME DIJERON: FUE EL MEJOR PROFESOR QUE TUVE EN TODA MI VIDA. YO CREO EN LA ENSEÑANZA, PERO NO EN CUALQUIER ENSEÑANZA."

lunes, 21 de diciembre de 2015

DOS MÁS DOS CASI SON CUATRO


La democracia es imperfecta y según el sistema electoral español no es pura matemática. La democracia en nuestro país es algo así como que dos más dos, casi son cuatro.
Sería genial que la ancestral democracia pudiera ser pura matemática. Que fuese indiscutiblemente perfecta como las hojas de una acacia que se alinean en series de Fibonacci para que el árbol capte mejor la luz del sol. Sería maravilloso que la democracia y sus sumas y sus porcentajes fueran perfecta y fibonacciana matemática y que simplificar los sentimientos de odio, pena, frustración, opresión, alegría, esperanza, miseria, riqueza, bondad o maldad fuera cosa tan simple como sumarlos y obtener un resultado perfecto: el representante matemáticamente perfecto, pero no es así... ¿O sí es así? Yo creo que casi, casi.
La democracia tiene algunas fisuras, las fisuras en las que interviene la subjetividad. Esta subjetividad, que se traduce en cosas como la ley D' Hondt y que hace que un voto soriano valga más que uno madrileño, por ejemplo. También es inevitable que nuestra democracia favorezca la representación parlamentaria de los votos nacionalistas. Lo es. Inevitable. Esto no es malo ni bueno. Es lo mejor posible o un mal necesario o directamente, lo menos malo. La cosa es que la democracia es lo suficientemente buena matemática, buena aritmética, como para que funcione y yo creo firmemente en la verdad matemática. Es probable que no haya otra verdad. Creo que el universo es pura matemática y que gracias a las matemáticas, la democracia es fabulosa y se nos ha olvidado por sabida, conocida, heredada y trillada. Se nos ha olvidado porque todos los nacidos en democracia no saben que podía haber otra cosa o no se les ocurre entender que hay, a menudo, otra cosa (un poco como cuando mis hijos alucinan porque en el pasado los niños viajáramos en coche sin cinturón de seguridad ni sillita elevadora). No, a mi no se me ha olvidado el pasado. Yo no nací en democracia. Yo crecí con las historias y las cicatrices de mis padres y el miedo y la ilusión de la transición y las dictaduras chilenas, argentinas y sus desaparecidos y el golpe de Tejero. Tampoco se me ha olvidado cómo viajábamos los niños en el asiento de atrás, ni se me ha olvidado que un día íbamos por la calle Alcalá, mi hermano y yo en el coche, en aquella época en la que no había cinturones y los niños nos apretujábamos para compartir el hueco entre los asientos delanteros para poder ver lo que estaba pasando. Mi madre conducía. No recuerdo a dónde nos llevaba. La cosa es que estaba todo cortado y había policía por todas partes y mi madre bajó la ventanilla y le preguntó a un agente: "¿qué ha pasado?" Él le contestó: "unos pistoleros han entrado a tiros en un bufete de la calle Atocha. Han matado a varios abogados de izquierdas. Tiene que dar la vuelta, señora." Ahí mismo, en ese instante, mi madre se echó a llorar. Se le desbordaron sus ojos azules y enormes y se echó a llorar. "¿Qué te pasa mamá?", le dijimos, "¿Qué te pasa?" Mi madre respondió: "esto es terrible, es terrible. Esto es el fin de la democracia."

Por suerte, mi madre se equivocó y no lo fue. Fue el principio. Todos los partidos y sus seguidores reaccionaron con una templanza impresionante y se llegó a la legalización del partido comunista y se celebraron unas elecciones, las de 1977. Ayer, mi madre, que también tiene muy buena memoria, escuchó decir a unos cuantos líderes políticos: "hoy ha cambiado España porque por primera vez se reparten los votos entre cuatro partidos." Mi madre reaccionó muy molesta : "No es verdad. ¡No es verdad! España cambió en 1977 y no se repartieron los votos entre cuatro partidos, se repartieron entre cinco partidos. A mí no se me ha olvidado", dice mi madre. Y yo le respondo: "El problema es que a estos no se les ha olvidado, es que no lo saben. No lo saben." Sólo el líder de Izquierda Unida hizo referencia a esa pluralidad del 78 que por criticada en los últimos años parece ahora falsa, inventada o radiactiva. Pues no fue falsa entonces y ni mucho menos fue mala. Fue pura democracia. Nunca hemos tenido una representación tan plural como la de 1978 o como lo será ahora. Lo que ha pasado ayer es algo fácil de entender. Real. Bello por su simpleza.
Los diputados resultantes de las elecciones de ayer no han sido elegidos a cara o cruz. Ayer votaron casi veinticinco millones y medio de españoles. 25 millones y medio. 25 MILLONES. Eso es la pluralidad. La pluralidad matemática en la que por un día cada hombre y cada mujer vale lo mismo (exceptuando, quizá, a los sorianos). Todos valemos lo mismo, exactamente lo mismo, por un día. VEINTICINCO MILLONES Y MEDIO de opiniones buenas y malas y regulares y sabias e ignorantes, de mudos y sordos, de frágiles y enfermos, de fuertes y cabrones, de jóvenes y ancianos, de amnésicos y memoriones, de mafiosos y esforzados... Por un día, un sólo día, todas las opiniones valen lo mismo y en la suma de cuatro no existe un dos bueno y un dos malo, un dos cabrón y un dos majete. En la suma no entra la moralidad o la subjetividad porque todos valemos lo mismo en sociedad. Hay quien esto no lo puede concebir, pero es necesario recordarlo y afirmarlo. El hombre más sabio vale lo mismo que el más ignorante porque lo que importa es que es, que está vivo, que nació, que es la hoja fibonacciana de la rama de este árbol que llamamos sociedad.
Ayer, más de 25 millones de personas sumaron sus emociones y los mismos que gritaban felices "es la fiesta de la democracia" hoy ya empiezan a juzgar a los demás con el sesgo de su propia ideología. Ya están muchos diciendo que los que votaron a estos son majaderos, que los que votaron a aquellos son radicales, que los que no votaron son idiotas, que ganan los cabrones y pierden los buenos, que ganan los buenos y pierden los hijos de tal o de cual. Da igual, pueden decir lo que quieran. Lo único que queda es que el resultado de estas elecciones, o de cualquier votación, no puede verse desde la moral o la subjetividad, desde la desilusión o la alegría. Sólo puede observarse desde la fascinación por un sistema que por un día, sólo por un día, permite a todos los españoles ser pura, bella, libre, discreta, pacífica aritmética, hoja de acacia representada en el parlamento. El mismo parlamento que todos unidos, libres y pacíficos hemos deseado tener.



lunes, 7 de diciembre de 2015

Cuando yo era pequeña

Cuando yo era pequeña no existían las siglas AACC, unas siglas de las que muy poca gente conoce el significado. Tampoco existía la expresión que corresponde a estas siglas, Altas Capacidades. Cuando yo era pequeña, tampoco había programas de detección de lo que entonces se llamaba superdotación, ni recorrían los colegios y las asociaciones de padres grandes o pequeñas teorías al respecto, estudios, propuestas o programas escolares. Se consideraba lo mismo que ahora, que un niño superdotado es algo así como una aguja en un pajar, o uno entre un millón, una rara lotería. En mi casa, mis padres me decían que era muy lista porque al parecer inventaba unas intrincadas historias con mis muñecas que me llevaban días de desarrollo y porque mi dominio del lenguaje -sobre todo para hacer chistes- fascinaba a amigos y demás parientes. Yo, en cambio, me consideraba insignificante, poca cosa, patito feo, aislada, porque dentro del colegio no sabía, no encontraba forma humana de brillar. Ser lista era una condena.
Irritaba a las profesoras con mis visitas a la luna, con mi humor irreverente y con mi incapacidad –ellas lo llamaban rebeldía- para realizar tareas repetitivas y deberes. Les fastidiaba el sistema sin proponérmelo, porque hacía todo lo contrario de lo que me pedían y luego iba y sacaba un diez en el examen. Como esto resultaba frustrante para todos y al mismo tiempo, muy extraño, comenzaron a llevarme al despachito del segundo piso. Allí, una psicóloga de bata blanca y melena negra trataba de escrutar mi mente haciéndome misteriosas preguntas sobre mis padres y enseñándome las manchas del test de Rorschach (ese test en el que uno ve mariposas, clavículas, máscaras, pájaros y borratajos que dan miedo). Nadie me explicó  jamás por qué me llevaban a esta psicóloga. Tampoco mi madre supo nunca que me llevaban a una psicóloga que me enseñaba manchurrones que yo debía nombrar con propósito desconocido. Cuando la psicóloga concluyó su análisis dejé de ir a ese despacho. Una vez más, el colegio fue este Gran Hermano que me vigilaba, que me decía lo que debía hacer, que luchaba contra mi voluntad y mi individualidad, que no me dejaba brillar. Cuando yo era pequeña, nadie supo nunca que yo era una niña de Altas Capacidades y que toda mi creatividad se expresaba en familia porque tampoco existían talleres de escritura, o de cine, o de nada creativo en un nivel que no fuese parecido al del colegio. No es que ahora hayan cambiado mucho las cosas, pero mis hijos tienen al menos la suerte de saber que si se aburren en clase es porque las asignaturas les resultan poco interesantes, desmotivadoras y porque su capacidad creadora está por encima de su curso. También tienen la suerte de contar con asociaciones de padres luchadores que quieren una mejor atención al problema de la superdotación en el alumnado. Yo pertenezco a una de esas asociaciones, AEST, desde la que se organizan cursos de enriquecimiento para que los niños encuentren fuera del aula los contenidos que verdaderamente les interesan, pero hay muchas asociaciones en toda España y conviene que los padres se informen y se comuniquen con otras familias en su misma situación. Los niños con AACC no son mejores personas, no son dignos de admiración por el simple hecho de puntuar más alto en un test. Tampoco tienen el futuro resuelto por ser veloces haciendo cálculos matemáticos o propensos al arte o a la música, pero sí son más débiles por el mero hecho de que son minoría. Los niños con AACC deben ser protegidos. Su autoestima es muy frágil y sufren sin saber por qué. Los niños de Altas Capacidades son niños con gran facilidad para determinados asuntos y gran torpeza, e incluso incapacidad dolorosa en otros, como todo el mundo. Tampoco ser un niño de AACC garantiza facilidades en la vida. Al contrario. Garantiza, desde el mismo momento de la escolarización, graves problemas de adaptación, altos niveles de frustración, un demoledor, altísimo porcentaje de fracaso escolar y muchas lágrimas. Los niños de Altas Capacidades necesitan algo que no saben qué demonios es. Yo, desde donde estoy, treinta años después de aquella niña, puedo explicárselo: los niños de Altas Capacidades necesitan brillar. Necesitan embellecer el mundo para protegerse de la maldad. Un niño de AACC suele sufrir como sufre el pájaro salvaje en su jaula. Llora mucho en ocasiones, no se está quiero en la silla, rompe cosas, se vuelve irreverente y contestatario o se queda callado en un rincón. Pero a veces, cuando ya siente que jamás va a encajar, ocurre el milagro. Un buen maestro, una profesora de natación, un aficionado a la literatura, un primo músico, se reconoce a sí mismo en el niño AACC y lo ayuda a sacar el especial talento que lucha por salir. Esa afición de pronto se ensalza, se canaliza y para el niño, su vida cobra sentido. La jaula se abre. Comienza a volar y esta intensa sensación de libertad se convierte en guía, en boya, en bote salvavidas.
El taller literario para los niños que tienen un especial interés por formar frases bellas, por escribir, inventar, representar relatos, plasmar sus pensamientos y mostrarlos, exhibir su innata tendencia hacia la literatura, les proporciona felicidad, seguridad y un contexto adecuado para expresar la belleza que lucha por salir. A mí me da una felicidad inmensa, inmensa, saber que estos pocos niños tienen la oportunidad de brillar más allá de sus familias con la publicación de este libro porque para ellos, brillar no es presumir, yo lo sé. Brillar es, simplemente, poder vivir.
El otro día, mi hijo de siete años me preguntó: “Mamá, ¿por qué son tan bonitas las rosas? ¿Los insectos saben distinguir lo bonito de lo feo?” Me hizo reflexionar y tuvimos una larga conversación sobre la utilidad de la belleza para plantas, arboles, animales y humanos. Llegamos a la conclusión de que la belleza –además de muchas otras cosas- es el mejor mecanismo de atracción para perpetuar la especie y sobre todo, un espléndido escudo de autodefensa. Tendemos a admirar la belleza. A conservarla. A cultivarla en jardines. Todas las especies parecemos atraídas por la belleza de una música –amansa a las fieras, dicen- por la estética de un paisaje, por la delicia estética de una determinada sonrisa. Expresar belleza es la mejor forma de encontrar un lugar desde el que conservar íntegra, intacta, nuestra originalidad o la peculiar manera que tenemos de entender la vida o incluso de perpetuar nuestras convicciones e ideologías, porque nos proporciona el refugio de la admiración ajena. Es posible que todos los seres del planeta estemos dotados para construir una forma de belleza, aunque no lo sepamos. Yo creo que es más que posible, pero lo que sí es seguro, completamente seguro, es que absolutamente todos estamos dotados para apreciarla. Apreciar el gran talento literario de estos niños-escritores y apoyarlo es nuestra forma infalible de cultivar belleza y de lograr que el mundo –o nuestro microscópico universo- sea hoy mucho mejor.

martes, 1 de diciembre de 2015

La Odisea según Penélope

No leí la auténtica Odisea hasta los 20 años y ahora la tengo muy borrada. Sí recuerdo fenomenal la versión infantil que estuvo muchos años en la librería del comedor. Tenía  ilustraciones del héroe melenudo, navegando en la locura, atado al mástil del barco, hombres a su alrededor zambulléndose en las olas. Recuerdo las sirenas, Circe, you name it. Como todo el mundo, yo sólo quería que el pobre Odiseo (más conocido como Ulises) llegara a Itaca tras su road movie marítima porque allí lo esperaba su mujer y me agobiaba por ella, me daba mucha pena esa espera. Soy chica. Es lo que hay. Yo quería ser Penélope. Qué divina, con ese nombre de estrella de cine que suena a redoble de tambor. Pé-Né-Ló-Pé. Yo la busco en todas las películas que me gustan, en las novelas que escribo. Penélope es la protagonista de Memorias de África, es mi Cirujana de Palma. Pienso en su sufrimiento hoy. Me miro al espejo. Analizo ese amor del que seguro que dudaba, dudaba, dudaba en sus momentos de mayor locura... pero poco sabemos de su alma, la de Penélope. Los hombres tienen cuerpo y las mujeres tenemos alma. Esa es la división odiséica. ¿Y qué hacía ella todo ese tiempo? ¿Se movía como alma en pena? ¿Se inventó un cuerpo? ¿Qué guerras llevaba por dentro? ¿Qué hacía mientras esperaba? ¿Qué pensaba? ¿Qué deshojaba en el pecho? Yo lo sé. Tras la muerte, lo sé todo. Y todo lo que no sé, lo supongo. Quizá esta sea mi próxima novela: La Odisea según Penélope. Su esperanza mutante. Unos días arriba, otros abajo, otros días sin pena ni gloria. Relataré en un diario su temblor interior en la rutina exigente del reino de Itaca, una isla idílica por fuera y siniestra por dentro con esa corte llena de enemigos ingeniosos, de adorables lisiados que no pudieron ir a la guerra de Troya, de jóvenes hijos de los que no volvieron y tantas esperanzas truncadas. Hablaré mucho de los amigos verdaderos (que digo yo que los tendría) del cuidado de su hijo y las preocupaciones porque crezca sin héroe al que parecerse, las luchas palaciegas, el dolor tenue pero seguido, la costumbre a vivir sin amor, el rebelarse a la costumbre, la soledad, el deseo de recuperar ciertos sentimientos, la incapacidad para olvidarse de ciertos otros, el hijo que crece y sale a amar a otras mujeres y la abandona, la vida sin espejos, la necesidad de cerrar cicatrices, de abrir ventanas, la falta de caricias y sobre todo, la importancia vital de los abrazos. Penélope, lo que más echa de menos, son abrazos. A veces se le olvida, pero cualquiera puede verlo cuando coge a un niño recién nacido, se despide de una amiga o de una sierva de la corte. Yo escribiría con un cierto conocimiento de causa sobre su duda constante, ¿volverá el amor, jamás volverá? Qué lucha vital... y sin embargo está segura. Tiene que estarlo. Las otras opciones no son buenas. ¿Cómo no va a volver el amor a una vida tan buena como la suya?
Unas veces ve a Odiseo en sueños, muerto, otras vivo, sano, curado de sus heridas, lo imagina arribando a puerto, ¡qué tío, ha vuelto!... pero no, no ha vuelto, de nuevo ha muerto y así. Imagina futuros y los destroza. Penélope escribe una historia en la mente por la noche y la borra por la mañana. Unas veces piensa en como será su funeral, el de Odiseo, no hay esperanza, llora rota por la dualidad, ¿Son bifurcaciones fantasma, ve doble el camino? y de repente llegan a su ventana cosas como palomas dicharacheras, que canturrean mirándola a los ojos y aunque no le caen muy simpáticas las puñeteras, le parecen señal de los dioses. Penélope se convence durante un tiempo de que el milagro es posible. Es una mujer a saltos, del agua a la roca, del agua al madero. Penélope tiene tiempo, tanto tiempo entre las manos... También tiene años, demasiados. Tantos años sin noticias. Pobre Penélope, desarrollando su ingenio como asidero... ¿Para quién? Para resucitar a los muertos. Para revivir la risa de un tiempo. Penélope es divertida, es ladina, es bromista... porque también hay que serlo para detener las incursiones bélicas de los pretendientes, aunque en el fondo no quiere detenerlos.  Siente atracción morbosa por ellos ¿como no sentirla? ¿Acaso es justo lo que le ha hecho el héroe? Sabemos que no lo es. La ha dejado por otras. Odiseo está de parranda mientras ella mantiene la estructura del hogar en pie. Paradigma de mujer. Penélope es una manera de decir "casa". La atracción es la cuerda que fabrica la soledad. Una cuerda imaginada, un espejismo, pero ahí está, porque no hay mujer que no sienta atracciones o necesite alianzas cuando reina en la isla. Demasiado ingenio en Ítaca. ¿Para qué tanto? ¿Para quién? Para nada. Porque Odiseo se reiría de sus chistes si estuviera delante. ¿Para qué? Para nada. ¿Para que se borre como las huellas en la playa? Así que escribe el ingenio para que quede. Algún día los escritos vendrán bien... y llora y sale con un pretendiente que se puso muy pesado, pero a ese no puede contarle el tapiz que lleva dentro, lo del diario que escribe por las noches como la reina Victoria. Ese pretendiente sólo ve los escritos de los días y la risa y la sonrisa. (Y Odiseo, mientras tanto, en su odisea). El pretendiente la mira a los ojos y habla parlanchín y ella le cuenta cosas banales, divertidas, sin abrir las ventanas de su cuerpo. No puede mencionarle a nadie su dolor y su tristeza, que es de lo que está medio hecha y se siente falsa con el pretendiente aunque le gusta o aunque no le guste, y piensa... A la mierda esto, Odiseo está vivo, mejor me espero. Buscaré una labor, algo que me quite el come-come y esperaré. Su promesa pesa. La importancia que tiene para Penélope una promesa pesa el peso del mundo en sus hombros. Eso tendría mucha importancia en mi novela. No hay mujer más férrea en esto de las promesas que Penélope. Habla con sus amigas de cosas complejas, ideas como el amor, y se pregunta si está hecho de realidad. No, no lo está pero es real, es una ficción delicada y amarrada, muy amarrada a la vida por la lealtad. ¿Qué es la lealtad? ¿Por qué tenemos ese instinto que hemos convertido en uno de los pilares de la moral? Sin lealtad es posible que no existiera el amor y que se derrumbara la sociedad. ¿Hay lealtad a su alrededor? Muy poca. Eso asfixia. El amor es un tapiz de lealtad, cariño, pasión, orgullo, admiración, dulzura, valor. Esa labor de Penélope es un ingenio para no casarse con nadie, pero ¿es un ingenio? Su tejer y destejer simboliza, para mí, la duda. ¿Me caso? ¿No me caso? ¿Espero y muero en vida o no espero y me arrepiento? Y al mismo tiempo, ¿sabes lo que teje Penélope? Un sudario. El sudario para el rey Laertes (que por cierto, está vivo, ya es mala leche). Un tapiz que retrata el amor y que al mismo tiempo simboliza la muerte sólo puede ser símbolo de la vida. LA VIDA ¿No te parece que el tapiz de Penélope es su propia conciencia? A mi me lo parece. Penélope es una diosa en la tierra. En su isla. Sin arcanos, arquetipos, la esencia de la humanidad. Por eso me fascina la épica, porque no es ficción, es simbolismo del alma del hombre. Sus arquetipos, los arcanos, que son símbolos de emociones e instintos. Esas son las cosas que escribo. Por eso invento, corrijo la realidad, la concentro empleando el lenguaje poético, pero nunca, nunca, nunca escribo ficciones. La Penélope de mi ficción no tejerá un tapiz, escribirá sus emociones a lápiz.

jueves, 19 de noviembre de 2015

¡HABLAD, HIJOS, HABLAD!

Advertencia: Este no es un post contra la religión. Que el lector lo lea y no se pase de listo creyendo que digo lo que no digo, que te conozco, lector.

A mis hijos les encanta la física. Disfrutan haciendo experimentos y estudiando sobre todo aquello que tenga que ver con la fuerza de la gravedad, la química, las reacciones entre elementos, la electricidad, el magnetismo y los planetas. De las películas, les fascinan las armas y su funcionamiento y sobre todo, los explosivos. Entre las profesiones que el de 8 años baraja para su futuro están las de ingeniero, físico, boina verde y jefe de efectos especiales para el cine. Tiene muy clara la línea entre la ficción y la realidad y es un apasionado de todo. El otro día vimos una película muy violenta, no recuerdo cual, y le dije: “pero no hables de armamento en el cole, por favor, que ya sabes lo que pasa después”.  “Vale, mamá”, me dijo. ¿Por qué hice esto? Porque el buenismo es también una religión y ya hemos tenido algún un incidente. Voy a explicar el contexto, porque se entiende mejor sabiendo de dónde vengo.
Como a todos los niños del mundo, la sociedad me enseñó a ocultar la verdad, a no abrir el corazón, al pudor. La sociedad es lo que es y no puedo acusarla de no ser otra cosa, pero la realidad es que desde pequeña tuve que adaptar mi instinto de justicia y de verdad al contexto social. El contexto de mi España infantil era católico, post franquista, ñoño, ejemplarizante, negro. El de mi casa, era multicolor, divertido, sin misas ni avemarías, ni rosarios ni padrenuestros. Todo lo contrario. Cada mañana, cuando iba al colegio, yo no iba al colegio, iba al extranjero. A menudo cuento con mucha guasa (que es como yo cuento las cosas casi siempre menos hoy), que a los 8 años creyéndome adaptada, creyendo tener amigas íntimas, no pude más, no aguantaba con mi verdad interior, con mi extranjerismo, y le conté un secreto a la amiga del alma. Le dije que si le había sorprendido saber que Papá Noel no existía, le iba a sorprender muchísimo más saber que yo no creía en Dios. Cometí el mayor error de mi vida. Fue un antes y un después en mi vida escolar. Un antes y un después en mi vida. Deseé no haberlo dicho durante años, durante décadas. Aunque era un colegio público y bastante laico, allí se rezaba el Padre Nuestro (que yo murmuraba como buenamente podía porque como buena ciudadana de un país laico, mi casa, me lo sabía fatal). Había crucifijos en todas las clases y claro, nos santiguábamos. Así que cuando dije lo de Dios, cuando abrí mi alma cándida, no lo hice con total candor. Hubo un conocimiento de mi irreverencia, un no poder más con todo aquello, hubo un cierto orgullo por la verdad, un deseo de expresar lo que pensaba, lo que estaba reprimido, un deseo de explicar esa patria mía: que en mi casa creemos que Dios no existe o por lo menos, que mi familia no va a misa, no hace abluciones, cree en la pluralidad y en que otra gente tenga un Dios si le da la real gana y que nosotros creemos sobre todo también en otras cosas más extrañas, como la ilustración, la inclusión, la curiosidad. Quería vivir en la verdad. La otra niña quedó horrorizada por mi secreto. Como era de esperar, no se lo guardó dentro y a la primera oportunidad que tuvo, soltó la bomba: “Lea irá al infierno” Entiendo ahora que mi candor estuvo en no saber que la religión es un contexto, un aglutinante, una excusa para unir en la violencia. Durante días, me alejé de las otras niñas para evitar su acoso, pero encontraron como pasatiempo cogerme a traición y echarme arena por dentro de la ropa. Cualquier otra niña del patio tenía prohibido hablar conmigo, se me excluyó de los juegos, se multiplicaron las agresiones y el acoso. Fui escupida, empujada, odiada. Fui intensamente odiada. Yo era una niña más o menos feliz con mi patria secreta, dije que no creía en Dios y la felicidad terminó. Terminó la inocencia. Como la cosa fue muy seria, Doña Covadonga, que con el tiempo llegó a ser la directora del colegio y que me quería con locura a pesar de ser católica apostólica y romana, me protegió. Ella le explicó a mi madre lo que había pasado, me acogió bajo su ala y también le dijo: “Que no hable de Dios, que no diga nada de Dios porque las otras niñas la van a machacar.” Y esa fue la consigna, “no digas que no eres creyente”. Ya, ya sé que empecé hablando de mis hijos y de las armas y el pacifismo. Vuelvo a eso, que es el quid de la cuestión. Mi contexto tabú era la religión, el contexto tabú de nuestros hijos es el buenismo. El otro día, al ir a recoger a los niños del colegio, vi que tres chavales rodeaban a Michael en el césped del colegio. Le estaban insultando con una rabia y una seguridad apabullantes. ¡¿Pero qué has hecho, gilipollas?! ¡Estás loco, eres un hijoputa! ¡Eres idiota! ¡No, no soy idiota! Michael se encaró con ellos porque tiene el vulcanismo interior de sus padres y aquello estaba a punto de acabar en puñetazos. Hablo de niños de  8 años. No me gusta intervenir en las cosas de los hijos, pero aquello no tenía buen aspecto y me acerqué. Michael se defendía y ellos le gritaban.
-Chicos, ¿qué pasa? –les dije.
Uno de los niños, con cara de fanático, me dijo:
-¡Ha pisado una seta!
Efectivamente, en el suelo había uno de esos champiñones espontáneos que salen a veces en el césped. Michael lo había pisado.
-¿Estáis a punto de pegaros por una seta? -les dije.
-¡Lo que ha hecho está fatal! ¡Es destruir la naturaleza! ¡La seta es un ser vivo que tiene derecho a crecer y él la ha asesinado! 
Yo escuché lo que dijo este niño tan cabreado y sin embargo escuché: “¡Dios te matará esta noche mientras duermes por negar que existe y los demonios te llevarán al infierno!”

Puse paz, los calmé y les expliqué que el césped que se corta cada semana, que recibe herbicidas contra las malas hierbas y que está sembrado por el hombre… no es la naturaleza y que esa seta, si no la aplasta Michael la habría aplastado el jardinero… Pero claro… esa discusión no era sobre la naturaleza. Yo lo sé. Nunca fue sobre esa seta igual que cuando las niñas se ensañaron conmigo con la excusa de Dios y los infiernos no se ensañaban conmigo por no creer en Dios. La discusión no es sobre Dios ni sobre el buenismo, los hooligans no se matan por el fútbol. Esa discusión es la del grupo salvaje siendo salvaje bajo el paraguas que esté de moda. El grupo hace piña contra la diferencia usando la voz común: “paz, amor, el Atleti, protección a los animales, Alá, el buenismo o el malismo” para llevar a cabo su agresión. El contexto es excusa. Y el contexto predominante, el buenismo, me hizo decirle a mi hijo mayor: 
-cariño, no hables de armamento en el colegio, porque mira la que se lía por pisar una seta. Después recapacité:
-¿Sabes qué? … Habla de lo que te dé la gana siempre y cuando no sea para hacer daño a los demás. Hablad, hijos, hablad. Que nada os coma por dentro.